Opinión

Climas y cocktails

Un cocktail. | Franz Bachinger/Pixabay

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El clima es la primera desigualdad, afirmaba el menorquín Albert Camus azotado por la Tramontana del existencialismo. Tal vez por eso en el bar del Hotel Raffles (un oasis que se levanta armoniosamente sobre los adefesios de la arquitectura moderna y su aire enlatado) se inventaron el Singapur Sling, una copa que da un picotazo al calor pegajoso mientras te abanica una danzarina balinesa o, si mide más de metro sesenta, un ladyboy recién llegado de Bangkok. Tal es la tolerancia oriental en materia de tragos y sexos en la loca rueda del Samsara, donde uno a veces vislumbra el punto inamovible, el eje dentro de la rueda, gracias al placer o el regalo de la iluminación. Ya lo dijo William Blake: El camino de los excesos lleva al palacio de la sabiduría.

Por supuesto que las variaciones climáticas dan para muy diferentes tragos. En la Ibiza invernal, felizmente alejada de cualquier estandarización igualitaria en la que se despeña el rebaño de pipiolos estivales, me gusta cantar bajo la lluvia y luego preparar un buen Irish Coffee o un Café Caleta. Ambas bebidas actúan como magnífico elixir vital después de un paseo por ses Fontanelles o el cap Llentrisca, también tiritando tras un baño sin multitudes en alguna cala gozosa a la que rehúsas ir en verano.
Este húmedo hivern solo es apto para indígenas que perdieron la carabela para hacer las américas, lobos solitarios, sirenas varadas o viajeros pasados por agua. Las fuentes brotan y las ninfas encantan, y el más temido anticlímax es encontrar por la campiña a una comitiva de ciclistas embutidos en maillots fosforito.