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Juanito salió de casa sobre las 15.30 horas tras comer con su mujer y su hijo mayor. Antes de volver a la oficina, siempre tomaba café en el bar de la esquina. Solo, con un poco de azúcar. El trabajo no estaba lejos, pero sus problemas coronarios aconsejaban que cogiera el coche para ir y volver del curro. Había estado muchos meses de baja y no tenía por qué correr riesgos innecesarios. A media tarde, Juanito se levantó de su silla y se fue al baño. Sus compañeros se asustaron al oír un gran golpe. Llamaron rápidamente a una ambulancia, pero el destino ya había dictado sentencia. Apenas tenía 52 años cuando su corazón dejó de latir. Lo mismo le pasó al doctor del Barça Carlos Miñarro, de 54 años, cuya muerte prematura provocó la suspensión del partido que tenían previsto jugar en Montjuïc el Barça y Osasuna. Me imagino al galeno el pasado sábado por la mañana despidiéndose de su mujer y sus dos hijos antes de dirigirse al hotel de concentración. «¡Mucha suerte, papá!». Esta era la primera temporada que Miñarro se encargaba de la salud de los futbolistas del primer equipo azulgrana. Antes había estado seis años con el equipo de fútbol sala. Su fallecimiento repentino deja a dos hijos huérfanos de padre, como nos pasó a mi hermana y a mí hará pronto quince años. No dejo de pensar en los dos hijos de Miñarro, a quienes el mundo se les acaba de caer encima de forma inesperada e injusta. Y en su viuda, que deberá sacar adelante una familia sin su marido y cuyos planes de futuro se han visto truncados para siempre. Como a mi madre, que anhelaba que mi padre se jubilara para subirse a un crucero y tuvo que aparcar todos sus deseos y sueños para desvivirse por sus hijos. Disfruten mientras la vida les deje.