Imagen de recurso. | Christoph Schütz en Pixabay

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Guillem de Cabestany fue un gran trovador y caballero del Rosellón de quien se conserva tremenda leyenda por sus juegos de amor con una dama allá por el siglo XII. El señor del castillo (y de la dama) tuvo un ataque de celos tan bestial que a su lado Otelo parece un tímido moro engañado en Venecia. Asesinó al cortés trovador y asó su corazón, ofreciéndolo como plato especial y especiado a la dama, que al enterarse se tiró por la ventana.

Pero su descendiente, el compositor Rafael Cavestany, también aficionado a las aventuras galantes, es buena prueba de que el corazón es órgano que se regenera maravillosamente. En el concierto a beneficio de la Apneef, en Santa Eulalia, Alfredo Oyagüez y Rodrigo Vila interpretaron su obra Flowing, especiada con otro tipo de retoques... Y Falla y sus notas perfumadas con alma de nardo de árabe español, y el jazz de Gershwin de negra cadencia, y tangos canallas y sentimentales de Piazzolla, como el libertango con el que quise –sin éxito—sacar a bailar a Stella, dama del tenor Juan Carlos Rodríguez Tur, quien me miró a lo Orlando Furioso cuando redoblé mis esfuerzos con un vals de Shostakóvich.
Pero eso fue por las explicaciones de Oyagüez sobre ese vals en Eyes Wide Shut, película de fantasías sexuales a mi juicio libertino bastante tontas. El gran pianista ofreció a lo largo del magistral concierto, acompañado por el fabuloso saxo con notas de oro de Vila, una serie de comentarios ciertamente interesantes, pero que a mí me hicieron pensar en eso de Juan Ramón: «No le toques ya más, que así es la rosa»; pues lo que deseaba era más música, tan magnífica y luminosa como la que regalaban estos artistas geniales por causa tan noble.