Del paso del carnaval a la cuaresma ya uno no se da ni cuenta. Anda todo trenzado como caliginosa trenza oriental de vibración opiácea y, en la trepidante actualidad de la era líquida, con sus vulgarísimos dirigentes de cultura de revista y mentiras desatadas (ratas de dos patas, como cantaría Paquita), domina una sensación general de ¡sálvese quien pueda!
Clásicamente el carnaval era la válvula de escape de los demonios interiores antes de los cuarenta días de penitencia. Carnaval: apertura de la Caja de Pandora del subconsciente. Aparte de la etimología carrus navalis, carro naval que monta Dionisos, asociado a las ideas de orgía, travestismo, violación de la razón y el deber que son dominados por los apetitos y la sensualidad, la vida sin freno, o sea. Retorno temporal al caos primigenio para resistir la tensión ordinaria que impone el sistema. Las saturnales romanas, con el intercambio de personalidad entre amos y esclavos, con su inversión del mundo como el orden bocabajo de una carta, son un liberador precedente.
Solo los cretinos desprecian el valor de las máscaras. El mismo término persona quiere decir máscara (por donde sale la voz), con lo que somos todos una panda de actores que representamos una comedia a lo largo de la vida. A eso podría reducirse la psicología: al campo de la impostura.
La vida entera es un carnaval y hay que reír si quieres mantenerte a flote. Ayuda maravillosamente si bailas la samba con las fabulosas garotas o subes a la góndola con el violín seductor del prete rosso. Pero si te limitas al zafio carnaval (carne-vale) político, la intoxicación, como la desilusión, están aseguradas.
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