Durante los últimos días se ha sabido que Juan Carlos Monedero, uno de los fundadores de Podemos, ha sido acusado de acosar sexualmente a compañeras de su partido y también a una alumna de la Universidad Complutense de Madrid. Podemos ha admitido que conocía los hechos y por ello apartó a Monedero de participar en organizaciones públicas vinculadas al partido morado. También conocían perfectamente los hechos tanto Pablo Iglesias como Irene Montero, que no ha dicho ni ‘mu’ sobre las andanzas sexuales de su amigo y camarada. Sí ha tenido tiempo para comentar la condena a Rubiales por darle un «piquito» a Jenni Hermoso. La dirigente morada considera insuficiente tanto la multa de 10.000 euros como la propia dimisión de Rubiales.
El trabajo de las formaciones progresistas contra sus militantes acosadores se ha acumulado durante los últimos meses. Recuerden el caso de Iñigo Errejón, ex portavoz de Sumar, apartado de la vida política cuando se supo que había acosado a varias mujeres. Y más recientemente tenemos el episodio protagonizado por Juanjo Martínez, excoordinador general de Esquerra Unida, conocido ya en las redes sociales como el ‘afiliador vaginal’ porque, al parecer, utilizaba su cargo político para prometer cargos a las mujeres que se le acercaban. Al tener conocimiento de estos hechos, Podemos, partido con el que está coaligado Esquerra Unida, lo destituyó como miembro de un consejo de administración del Ayuntamiento de Palma donde participaba el ‘afiliador vaginal’ como vocal. La reacción de Podemos se produjo precisamente cuando se hizo pública la historia del tal Martínez, que ha negado todos los hechos que se le imputan.
Con estos tres casos conocidos se pueden alcanzar varias conclusiones. La primera, que últimamente estos partidos progresistas tienen más acosadores sexuales que votos y en todos los casos se ha utilizado el mismo ‘modus operandi’. Las organizaciones conocían las denuncias de las mujeres acosadas y han optado por intentar tapar el escándalo, aunque con escaso éxito. Hubiese sido mucho más feminista avisar a posibles víctimas de los riesgos de encontrarse con Monedero, pero optaron por silenciar el escándalo.
Otra conclusión: que los partidos que se consideran más feministas que los demás son los más propicios para que los acosadores sexuales campen a sus anchas. También es llamativo que aquel eslogan de «yo sí te creo», dirigido a todas las mujeres que denuncian acosos sexuales, independientemente de que los hechos puedan demostrarse, no puede aplicarse de manera tan rotunda para los dirigentes progresistas, especialmente si son de Podemos. A partir de ahora el eslogan para la formación morada debería ser «Yo sí te creo mientras la denuncia no sea contra un dirigente de Podemos». Por matizar, simplemente.
Por lo tanto, se ha demostrado que Podemos es un chollo para los acosadores sexuales. Y no solo para sus propios militantes, sino para los cientos de acosadores, y violadores, que consiguieron una reducción de su condena gracias a la chapucera ley del «solo sí es sí». Realmente es difícil hacerlo peor a la hora de defender a las mujeres. El feminismo merece mejores políticos que defiendan sus intereses porque está claro que en Podemos lo prioritario es defender a sus militantes, incluso si también son acosadores sexuales como Monedero.
1 comentario
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Com a dona, que ha viscut dècades de lluites i silencis imposats, puc dir que aquest no és un problema exclusiu de Podemos, ni tan sols de la política. És el reflex d’una societat que, durant massa temps, ha normalitzat el poder abusiu d’uns sobre altres, especialment quan es tracta d’homes amb posicions d’influència i dones que han de lluitar per ser escoltades. Sí, és hipòcrita que partits que es declaren feministes amaguin casos d’assetjament dins seu. Però el problema no és només la seva incoherència, sinó el fet que aquest tipus de situacions es repeteixen a tot arreu: a la universitat, a les empreses, a l’esport, als mitjans de comunicació, als sindicats i fins i tot en moviments socials que s’autoproclamen progressistes. És un mal profundament arrelat en una cultura que durant segles ha donat privilegis als homes i ha fet callar les dones per por, per vergonya o per no veure’s expulsades dels seus propis espais. No n’hi ha prou amb assenyalar partits concrets quan salta un escàndol. Hem de preguntar-nos per què, encara avui, les dones tenen por de denunciar, per què els homes poderosos reben protecció de les seves estructures, per què els silencis es compren amb promeses de discreció i per què moltes víctimes encara es veuen qüestionades quan parlen. Si volem posar el focus on realment cal, hem de deixar de veure l’assetjament com un problema puntual de tal o qual partit i començar a reconèixer-lo com una conseqüència d’un sistema que ha perpetuat la impunitat. La resposta no pot ser només políticament correcta ni limitar-se a condemnes oportunistes: cal una transformació real en la manera com entenem les relacions de poder i com garantim espais segurs per a tothom.