Desde que llegué a Ibiza he tenido la suerte de poder reunirme de forma habitual con vecinos de la isla de diferentes edades y, muchas veces, estos residentes comparten algunas de sus experiencias, tradiciones y recuerdos vividos durante aquella época inolvidable de conexión con la isla: desde estar sentados y comiendo bocadillos con los seres queridos bajo una robusta sabina hasta sentir la libertad de poder disfrutar de una jornada veraniega en Cala Jondal junto a otras familias de Ibiza. Pequeños placeres de juventud que no se desvanecen entre los recuerdos de la vecina Lina que, como el resto de residentes, se sentían libres en una isla que para ellos era el mejor lugar donde explorar los límites de la experiencia a través de los sentidos. Esta libertad, el respeto entre ellos y la armonía vecinal reinaban en las calles, los campos, las playas, los diferentes pueblos, en cada uno de los rincones más naturales de la isla… Disfrutaban de la Ibiza más tradicional y auténtica, aquella que también ponía en valor la cultura a través de magnificas obras de arte proyectadas en los cines más emblemáticos de la época como fueron el cine Cartago o el cine Serra, que fueron espacios importantes de la identidad de Vila. Lina todavía recuerda las largas colas para comprar las entradas y la gente arracimada en torno a la puerta. No obstante, mientras los vecinos disfrutaban de estos pequeños placeres, el turismo en Ibiza fue cambiando de forma paulatina, llegando incluso a monopolizar zonas en la isla como Platja d’en Bossa, que antes servía de espacio de ocio para los propios residentes. Lina, al trabajar con 16 años en el aeropuerto, fue testigo directo de la evolución del turismo: de familias respetuosas y educadas a jóvenes que explotan los recursos sin ningún tipo de cuidado. Una degradación turística voraz que, según resalta esta vecina, lleva años perjudicando a los únicos que siempre han amado poder almorzar bajo una sabina cualquier día de verano.
Opinión
La Ibiza que no volverá
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