Un día de furia, Falling Down en su título original, fue una película dirigida por Joel Schumacher, protagonizada por Michael Douglas y estrenada en 1993, en la que al bueno de William Foster, su personaje principal, en un día caluroso y de tráfico, despedido de su trabajo y divorciado de su mujer, respecto de la que tiene una orden de alejamiento que impide que vea a su hija el día de su cumpleaños, le acontecen de forma sucesiva toda una serie de desgraciados eventos adversos que lo van adentrando cada vez más en una espiral de tensión y frustración que afronta de forma violenta en respuesta a la hipocresía social, lo que no hace sino empeorar cada vez más su situación hasta abocarlo a un desenlace fatal. Foster no es más que un ciudadano normal y corriente, como cualquiera de nosotros, que intenta sortear los obstáculos cotidianos de la vida. Tan solo quiere regresar a casa y reunirse con las personas que ama. Pero en ese incesante peregrinar rutinario, casi de forma imperceptible, no deja de ser más que otra víctima de una sociedad que lo pisotea sin compasión arrastrándole a una situación de desesperación que le lleva a engendrar en su interior sentimientos negativos de rabia y tristeza que le abocan a su propia destrucción.
Ya sé que se estarán preguntando a qué viene este rollo cinéfilo y a dónde queremos llegar. Pero probablemente no hayan caído en la cuenta, durante este feliz domingo de enero en el que hojean el periódico a media mañana mientras toman un café caliente en cualquier terraza aledaña al mar ajenos a lo que está por llegar, que mañana, tercer lunes del año, presten atención, es el día más triste de todo 2025, por lo que deberían ir pensando en salir de su aletargado estado de felicidad dominguera y prepararse para afrontarlo con la serenidad y dignidad que la efeméride merece. Porque cuando despierten mañana estarán inmersos de lleno en el Blue Monday, lo que viene siendo el día más triste y deprimente de cuantos tendremos que afrontar durante todo el año, una trágica fecha fruto de la fórmula matemática creada en 2005 por Cliff Arnall, psicólogo experto en motivación y profesor de la Universidad de Cardiff, sobre la base de variantes como el clima, las deudas adquiridas, el tiempo transcurrido desde la Navidad o la consecución de los buenos propósitos de año nuevo. La fórmula fue publicada por primera vez como parte de una campaña publicitaria de una agencia de viajes para fomentar la compra de paquetes vacacionales, circunstancia que, unida al hecho de que carece de todo tipo de base o sustento científico, ha supuesto que muchos se la tomen a broma considerándola como una auténtica farsa, aunque siempre hay quien ha sabido sacar tajada de ella, como las campañas de marketing de marcas de productos de todo tipo que se venden en esta época como la solución para superar la tristeza y frustración en tan aciago día.
Pero no me negarán que, aunque nuestras sensaciones diarias dependan de una amplia variedad de factores personales, algo de lógico tiene que, por estas fechas, día arriba día abajo, nos sintamos como William Foster en su día de furia. Porque, para empezar, la fecha se ubica un lunes, que es sin duda el peor día de la semana, como cantara The Boomtown Rats en su ‘I don’t like Mondays’, aunque haya a quien le resulta más duro el martes, considerado por algunos como el nuevo lunes, igual que los jueves son ahora los nuevos viernes. Vaya, una excusa como cualquier otra para salir un día más. Se centra en mitad del mes de enero, época en que, por lo general, hace un frío que pela, y aunque por estos lares no sean muy habituales los guantes, bufandas y gorros de lana salvo por meras cuestiones estéticas, váyanse a Soria, Teruel o León y ya me contarán. En nuestras anodinas islas súmenle además que tal día como el de mañana está todo tan desértico que hasta cuesta encontrar un restaurante que no esté cerrado y con su personal disfrutando de unas merecidas vacaciones para cargar pilas antes del inicio de una nueva y movida temporada estival. No me digan que cuando planean quedar a comer con sus amigos y alguno propone un sitio no surge inmediatamente la pregunta de ¿pero estará abierto ahora? También está lo suficientemente alejado de las navidades como para que se haya roto ya la burbuja de felicidad, paz y amor que nos ha impregnado el espíritu navideño durante esas fechas tan señaladas y empalagosas, habiendo retornado resignados a nuestra dura realidad, a nuestros problemas y a nuestros quehaceres diarios. No olviden que durante esas festividades nos hemos puesto morados a comer y beber y ahora llega la hora de los lamentos, de volver a chupar lechuga y sorber calditos, y ya se sabe que eso de comer poco y sano le suele poner a uno de muy mala leche.
A todo esto, recuerden que tendrán que volver a ejercitarse, a hacer deporte, a ir al gimnasio y, evidentemente, a pagar un año más su cuota sabedores de que, a pesar de comprarse toda la equipación necesaria con una combinación de colores de lo más molón, en febrero ya se habrán dado de baja o, peor, dejarán de ir sin hacerlo. Lo mismo ocurrirá cuando se den cuenta que todos sus propósitos para el año nuevo, aquellos para los que se encontraban tremendamente motivados, como dejar de fumar, quedar más con los amigos o adquirir cualquier colección de esas que se venden por fascículos, no les ha llegado ni al dichoso lunes de marras. Ni que decir tiene que estamos en plena cuesta de enero, con rampas de un desnivel que ya las quisiera para sí el mismísimo Tour de Francia, que toca apretarse el cinturón porque hemos tirado de tarjeta como si no hubiera un mañana y que aún queda un mundo hasta final de mes. Y no olviden que, en este momento del año, las siguientes vacaciones, que serán probablemente las de Semana Santa, se ven lejísimos, por lo que imagínense las de verano.
Venga hombre, no se vengan abajo, que si quieren tristeza, pesimismo y apatía solo tienen que darse una vuelta por las costas de Formentera, a las que no hacen más que llegar pateras con migrantes jugándose la vida por una algo mejor, a pesar de que se siga negando que exista una ruta consolidada. O por los múltiples asentamientos chabolistas que nos rodean, plagados de tiendas de campaña y caravanas, a pesar de adoptarse medidas en materia de vivienda anunciadas a bombo y platillo. El que no se consuela es porque no quiere. Ya lo decía Calderón de la Barca en la Vida es sueño con aquello de «cuentan de un sabio que un día tan pobre y mísero estaba, que sólo se sustentaba de unas hierbas que cogía. ¿Habrá otro, entre sí decía, más pobre y triste que yo? Y cuando el rostro volvió halló la respuesta, viendo que otro sabio iba cogiendo las hierbas que él arrojó».