Estoy acostumbrado a que, cuando escribo algo que a alguien no le gusta, cosa que sucede muy a menudo, me acusen de hacerlo al dictado de alguien, de ser la voz de su amo, un lacayo de alguien que nunca se menciona. También Pepe Roselló lo ha hecho en un artículo que fue publicado en estas páginas el sábado pasado, para que vean que en Periódico de Ibiza y Formentera no se censura a nadie que pone como un trapo a un columnista. La verdad es que peor le puse yo, por lo que asumo su réplica con deportividad y mucho me guardaré en entrar a debatir nada con él, porque él sabe mucho más que yo y opina de lo que le da la gana, como hago yo. Sin embargo, hay una diferencia importante: yo doy mi opinión, pues a eso me dedico desde hace muchos años, pero no me atribuyo ninguna representatividad. Es mi opinión y nada más; no creo tener más razón o menos razón que nadie. Es mi opinión lo que escribo y sólo eso lo que se manda a imprimir y se distribuye. Pepe Roselló pretende que su criterio sea el que se imponga y que los gobernantes hagan lo que él dice; y trata de engañar a la gente como si sus propuestas fueran respaldadas por la mayoría de la sociedad, cuando no es así. Pero ya que me acusa de ser un lacayo de alguien que no se cita y de escribir lo que me dicta esa mano negra que todo lo controla en Ibiza, al que todo el mundo obedece, pero que nadie nunca menciona, le pediría que sea valiente y que señale quién es mi amo y señor. Si no lo hace, me temo que la cacatúa se convertirá, al menos para mí, en una gallina ponedora. Además, me conviene mucho saber a quién me debo y de quién soy criado, porque yo no lo sé y nadie me lo dice. Así podré ir a preguntarle qué escribir en mi próxima columna. Y sospecho que no me diría que le dé la razón a Pepe Rosello, que es lo que me limité a hacer: Lo que tú digas, Pepe. Debería darme las gracias.