Bandera de España. | Pixabay - Efraimstochter

Todos conocen al gran Manolo Escobar, cantante español de temas inmortales como La minifalda, Madrecita María del Carmen, Mi carro o Que viva España, convertido por el pueblo en un pseudo himno nacional utilizado en toda celebración española que se precie, como la conquista del Mundial de Fútbol de Sudáfrica en 2010 con aquel glorioso gol de Iniesta de mi vida. Este pasodoble patrio tan icónico, nacido el verano de 1973 y que formó parte del repertorio musical de la película Me has hecho perder el juicio, dirigida por Juan de Orduña y protagonizada por el propio Manolo Escobar junto a Mary Francis y Andrés Pajares, fue sorprendentemente obra de los belgas Caerts y Rozenstraten para su compatriota la cantante Samantha, consiguiendo posteriormente la sueca Sylvia Vrethammar convertirlo en el single más vendido de Reino Unido en 1974. Se quedan muertos ¿no? La letra, que originariamente hablaba de las vacaciones, el sol y el mar de nuestro país, fue adaptada a la que todos conocemos por Manuel de Gómez, portero de la embajada española en Bélgica, dotándola de un carácter más patriótico que la convirtió en un auténtico icono nacional comparable con las figuras publicitarias del Tío Pepe o del toro de Osborne.

Junto a esta canción tan popular, el himno nacional de España, también conocido como Marcha Real o Marcha Granadera, se configura, con la bandera y el escudo, como elemento esencial del Estado. Su uso se encuentra regulado en el Real Decreto 1560/1777, de 10 de octubre, siendo costumbre que, además, se interprete en los actos religiosos o festivos de toda índole que se celebran a lo largo y ancho del territorio nacional, como a la salida y entrada de las imágenes de su templo para sacarlas en procesión o, por ejemplo, tras el himno regional al iniciarse la Cremà de los monumentos municipales de las Fallas de Valencia. No en vano, el himno de la Comunidad Valenciana, compuesto en 1909 por el maestro Serrano, cuya letra es obra del ilustre Maximiliano Thous, constituye muestra inequívoca de la grandeza de la unidad de la nación. Todos aportando de forma individual, no solo para ser mejores en sí mismos, sino para contribuir conjuntamente a la mayor gloria de España. Porque la unión hace la fuerza, genera riqueza y beneficia al colectivo, del que forman parte todos y cada uno de sus individuales integrantes, con sus similitudes y sus diferencias. Solo así puede interpretarse la referencia a «Para ofrendar nuevas glorias a España», que se reitera hasta en dos ocasiones, o el «Gloria a la Patria» que se entona antes de su atronador final.

Por eso no puedo comprender, y mucho menos compartir, las ansias egoístas e insolidarias de independencia o secesionismo procedentes de determinadas regiones españolas que atentan frontalmente contra la unidad de la nación, poniéndola en peligro, sobre la base de la voluntad de que sean reconocidos sus caracteres diferenciadores, mucho más cuando estas identidades diferenciadas, particulares y propias ya se encuentran sobradamente reconocidas y asumidas, tanto por la Constitución, cuyo cumpleaños ahora celebramos, como por los distintos Estatutos de Autonomía, que para algo se aprobaron, amén de por cada uno de los ciudadanos españoles que tengan los mínimos dos dedos de frente necesarios y no caigan en centralismos exacerbados por meros intereses partidistas.

Nadie cuestiona que determinadas autonomías dispongan de una lengua propia, cooficial al castellano como idioma oficial, y que no solo deba reconocerse, sino potenciarse su conocimiento y uso. Faltaría más. Nadie cuestiona que no deban respetarse las festividades, las tradiciones y las costumbres de cada región, e incluso que se delegue en ellas el ejercicio de determinadas competencias que, en origen, corresponden en exclusiva al Estado, aunque a veces, por ello, nos vaya como nos va. Que se lo digan a Mazón. Hasta que se les reconozca la aplicación de un derecho foral y propio, distinto del común, que tenga en cuenta sus concretas peculiaridades identitarias o circunstancias históricas, como ocurre incluso en Ibiza y Formentera. Estas minorías están ya lo suficientemente reconocidas y protegidas en nuestro Estado de Derecho. Tienen representación política en el Parlamento autonómico, nacional y europeo, incluso obteniendo derechos y prebendas excesivas que hasta rozan lo obsceno y que muestran una tremenda insolidaridad con los ciudadanos de otras regiones.

Pero todo parece poco en su obstinado camino hacia la autodeterminación, independencia o segregación proscrita por nuestra carta magna, aquella que ha servido de paraguas frente a tantos chaparrones. Tal es así que, en su alocada huida hacia delante, sin caer en la cuenta de que hay cosas de las que no pueden disponer o apropiarse, pretenden incluso anexionarse otros territorios a los que, en su gran mayoría, les importa un pimiento sus reivindicaciones. Una de dos, o no han leído la letra de Maximiliano Thous o no se dan por aludidos, porque eso del País Valencià o dels Països Catalans está ya más visto y desfasado que el tebeo. Es una historia que solo se creen cuatro irreductibles acólitos con ganas de liar bronca. Punto. Basta darse una vuelta por esos territorios para salir escopetados, salvo por cuatro fanáticos sin nada mejor que hacer que, en todos los sitios, como las meigas, haberlos hailos. No consigo entender ese afán por lo individual y no por lo colectivo. Por el yo, en vez del nosotros, por el para mí en vez del para todos. En qué puede ayudar o beneficiar la segregación en contraposición a la unidad. Por qué se quiere saltar del barco en mitad de esta larga y tranquila travesía. Como decía Gimlin en el Señor de los Anillos, «infiel es el que se despide cuando el camino se oscurece». Pues eso.

Que quieren que les diga. Prefiero ser de los que, como en el himno de Valencia, tan de moda últimamente, intentan ser mejor individualmente para mayor gloria de la nación que serlo para el beneficio exclusivo de un territorio. Prefiero ser solidario con mis compatriotas, sean quienes sean, con sus reconocidas particularidades y rarezas, que mostrar una postura egoísta hacia mis iguales. Prefiero formar parte de una comunidad que quiere contribuir a integrar y potenciar algo más grande que nosotros mismos. Prefiero forma parte de un gran colectivo, que reconoce las diferencias de sus integrantes, que serlo de quien no quiere formar parte de él, lo elude y ataca. Porque ni el Ebro es catalán por desembocar en Deltebre, ni el Júcar es valenciano por hacerlo en Cullera. Porque tan español es un natural de Gerona como uno de Teruel, Mérida o Soria. Y porque todos aportan lo que tienen al conjunto del Estado, tanto Cataluña como Andalucía, Extremadura o Castilla-La Mancha. Los que optan por la separación, la escisión y la insolidaridad a espaldas de nuestra cuarentona Constitución hacen mucho ruido, demasiado, y ya cansan. Por eso no está de más alguna vez alzar la voz y hacerse escuchar un poco. Dicho esto, celebremos el aniversario de la Constitución como solo Manolo Escobar podría hacer, cantando bien alto y sin complejos aquello de «La gente canta con ardor ¡que viva España! La vida tiene otro sabor ¡Y España es la mejor!» ¡Chimpún!