La vicepresidenta tercera y ministra par la Transición Ecológica, Teresa Ribera. | Europa Press - Diego Radamés

Impresiona que la vicepresidenta Teresa Ribera se presente a un examen para ser comisaria europea. Ignoro el nivel teórico de tal prueba, pero a nivel práctico la incapacidad de la vicepresidenta y ministra está catastróficamente demostrada. Ni sabe actuar, ni quiere comunicar, ni empatiza más allá de las mentiras de su puto amo. ¿Hizo pellas en plena emergencia nacional para preparar un examen europeo?

Pero esto del examen en Bruselas es algo que echamos de menos en España, donde cualquier pintamonas puede ser ministro o incluso presidente por carambola. La prueba supone algo de preparación, al menos teórica, aunque en la práctica sean desastrosos. ¿Quién sabe?, tal vez el cretino responsable de los nuevos tapones en las botellas de agua es un ingeniero aeronáutico que pasó el examen de gorra para dedicarse a hacer la vida más incómoda a sus paisanos europeos.

De la mandamás europea, Úrsula, me cuentan amigos suyos de juventud que era una chica inteligente, que parecía normal hasta que se dedicó trepar con gran éxito por el banano público. «Se echó a perder», «Se ha vuelto marciana», etcétera, cuando seguramente ha sido la influencia perniciosa de Bruselas, capital extintora de la imaginación (Voltaire dixit), rezumante de los detritus de los partidos políticos de cada país que la forman. Al menos el anterior presidente de la UE, Juncker, tenía más personalidad y gusto por la botella. Y sabía poner en su sitio a tanto cantamañanas de ideología bobalicona aupado por la corriente woke, esa misma que deforma paranoicamente la asombrosa realidad.

Pero nuestra realidad española demuestra que el examen más importante es el psicológico. Porque además de incapaces y caraduras, muchos de nuestros dirigentes dan pruebas de peligrosa insalubridad mental.