Tots a una veu, germans, vingau.

Se te cae el alma a los pies viendo el estado en que ha quedado buena parte de la provincia de Valencia. La desesperación de los damnificados, habitantes de zonas densamente pobladas como Paiporta, Alfafar, Benetússer, Sedaví, es absoluta, porque viendo la incompetencia de los gobernantes de la Comunidad Autónoma y del Gobierno central, hay que temerse lo peor. Toda mi familia política y muchos amigos son de Valencia y aunque, gracias a Dios, están bien y no hemos perdido a nadie cercano, los daños materiales son gigantescos. La desolación es total y, por lo que nos cuentan, sólo nos está llegando una pequeña parte de la realidad de la situación sobre el terreno. No hay de nada y falta de todo. De ahí que, otra vez, la actuación de los voluntarios vuelva a ser crucial, aunque duele ver que la ciudadanía fue capaz de responder más rápidamente y de forma más eficaz que los servicios públicos. Las fuertes lluvias y tormentas que trajo la última DANA dejan daños materiales incalculables y miles de personas afectadas, por no hablar de los muertos y desaparecidos. Familias enteras fuera de sus casas, todavía muchos sin electricidad, ni agua, ni comunicación telefónica ni internet. Ante esta situación crítica, la respuesta de los gobiernos autonómico y central no ha estado a la altura. En momentos de crisis es cuando se espera que los líderes respondan con diligencia y eficacia, pero, en este caso, lo que vemos es, una vez más, una gestión ineficiente y vergonzosa. Las autoridades cuentan con información científica y previsiones meteorológicas que permiten anticiparse a eventos climáticos extremos, pero esto no se ha traducido en una preparación adecuada. Los sistemas de alerta y los planes de emergencia parecen insuficientes, y las primeras horas de la emergencia evidenciaron una indolencia y una falta de respuesta alarmante. Los recursos no se han desplegado con la celeridad que exigía la situación, dejando en una situación vulnerable a quienes, durante días, sólo han recibido mensajes de apoyo vacíos y promesas que no significan nada, porque hacían falta manos por miles, recursos, excavadoras y reparto de agua y víveres, entre otras muchas cosas cuya demora ha sido lacerante. La coordinación entre el gobierno central y el autonómico ha sido errática e insuficiente. Ambas administraciones parecen haberse pasado la responsabilidad entre sí, buscando más excusas que soluciones. Y cuesta entender cómo, ante una emergencia de este calibre, no sea el Gobierno de España quien asuma el mando.

Si en un caso como este, con dos centenares de muertos y un número indeterminado de desaparecidos, no se decreta el Estado de Alarma como prevé la Ley, ¿cuándo se hará? Además de que la DANA afectó a varias comunidades autónomas, –la Comunidad Valenciana, Castilla-La Mancha y Andalucía–, era evidente que las capacidades del Govern de la Generalitat Valenciana se veían ampliamente sobrepasadas y que era precisa la intervención del Estado desde el minuto uno. Sin embargo, el Gobierno de Pedro Sánchez (PSOE y Sumar) ha preferido que sea el gobierno autonómico presidido por Carlos Mazón (PP) el que se abrase en esta catástrofe. La otra cara de la moneda la representan los voluntarios. Sin dudarlo, miles de personas se encaminaron hacia las zonas más afectadas, dispuestas a ayudar a los damnificados, a tender una mano amiga a quienes lo han perdido todo, llevando comida y agua. Estas personas, en su mayoría vecinos valencianos, han demostrado un nivel de compromiso y solidaridad que deja en evidencia la incompetencia de quienes deberían estar liderando las labores de rescate y recuperación. Lo que los voluntarios logran, con escasos recursos y una organización básica, contrasta enormemente con la lentitud y la ineficacia de las instituciones públicas, bien dotadas de recursos, pero aparentemente incapaces de actuar con presteza. Ellos sí hicieron honor al himno de la Comunidad Valenciana: «Per a ofrenar noves glòries a Espanya, tots a una veu, germans, vingau».