Voluntarios esperando ser asignados. | Nacho Doce

El título que encabeza estas líneas se corresponde con una estrofa del himno regional de la Comunidad Valenciana. Un himno que recoge un llamamiento a la unidad, la resistencia, la fraternidad y el auxilio entre valencianos. Estas son sus señas de identidad. Y con ellas están haciendo frente a una desgracia que les ha golpeado con demasiada furia.

Conmueven las imágenes de tantos voluntarios desconocidos caminando hacia el centro del drama y la tragedia cargados con palas, escobas y cepillos. De forma espontánea, sin necesidad de ser activados por nadie, tan solo por sus conciencias. Tots a una veu, germans vingau.

De camino a un escenario apocalíptico, de coches achatarrados, electrodomésticos amontonados y ajuares destruidos. De cañas y barro. Camino al centro del dolor. Camino a la incertidumbre de no saber dónde están todos los que faltan. Demasiados desaparecidos. Demasiados móviles sin respuesta. Demasiadas ausencias. Demasiadas familias incompletas. Rotas.

Una enorme legión anónima que cuando caiga la noche regresará a sus domicilios, exhaustos, impotentes, entristecidos, con el corazón dolorido y su conciencia en paz. Con el propósito de volver mañana para seguir empujando su cepillo, para retirar desperdicios o para abrazar a quien necesite consuelo, aunque no se conozcan de nada. La tragedia nos une. La fatalidad nos humaniza. Tots a una veu, germans vingau.

Siempre, en desgracias como esta, los valencianos han mostrado su grandeza como sociedad y lo mejor que atesora la condición humana: el valor de la solidaridad. El mejor ejemplo lo tenemos en esa respuesta emocional que ha generado la catástrofe en todo ese ejército de voluntarios. Y también, en la de todos esos valencianos de origen o de sentimiento que desde Ibiza se han movilizado para reducir el padecimiento de cualquier otro valenciano más en los momentos más devastadores de su historia. Sea de Chiva, La Torre, Paiporta o Alfafar.

Y en esa misma pena, la sociedad ibicenca ha querido estar para compartir el dolor de sus heridas. Y a esa llamada desgarrada de auxilio se ha sumado ofreciendo un capital de solidaridad que ha logrado acopiar una ingente cantidad de recursos de primera necesidad ya camino de la zona devastada. Leche, agua, papillas, mantas y sacos de dormir para sobrevivir a la desgracia. Después vendrá la reconstrucción de todo, pero sobre todo de sus vidas. Desde el principio. Como si hubieran vuelto a nacer.

Y en esa tarea de restauración del daño y el dolor habrá jugado un papel determinante la Asociación Cultural Comunitat Valenciana de Sant Antoni y Sa Nostra Falla. Sin apenas descanso han conseguido concentrar y canalizar infinitos gestos de solidaridad individual y corporativa que han superado sus previsiones más optimistas. Han llenado de esperanza edificios, camiones y barcos con destino a las localidades afectadas. Una tarea que les honra y dignifica como colectivo y les convierte en un referente cargado de todos esos valores morales que nos hacen fuertes como sociedad.

Valencia se levantará. Se recuperará. Y honraremos juntos a sus muertos —porque también son los nuestros—, desde el respeto, pero también desde la rabia y la impotencia que da el pensar que hubieran podido reducirse las consecuencias de una desgracia tan atroz como despiadada.

La sociedad valenciana lleva perdidos a más de doscientos compatriotas, sigue conmocionada y no se explica su desgracia, pero mucho menos se explica el desamparo y la orfandad que ha padecido estos días.

Este gravísimo episodio, provocado por una naturaleza predecible e incontrolable, interpela a todas las administraciones públicas. Ninguna puede quedar al margen de sus responsabilidades, tampoco de las consecuencias que ha provocado esta tragedia, tampoco de la gestión de la crisis. Una crisis de Estado.

Y debe ser el Estado, entendido en toda su dimensión política, quien debe reconocer sus errores para después rediseñar los métodos y facilitar los medios para administrar una respuesta suficiente, inmediata, coordinada y diligente sin necesidad de verse arrastrado por la presión social a la hora de activar todos sus recursos. Porque así ha sido.

Y mientras no se asuman errores y se mejoren los procedimientos de respuesta, seguiremos viviendo con demasiadas incertidumbres e inseguridades. Pero eso sí, con la única certeza y esperanza de que vivimos en un país cargado de una solidaridad desbordante capaz de movilizar a miles de voluntarios cuando la tragedia nos destroza. Tots a una veu, germans vingau.