Quién no conoce a Indiana Jones, icónico profesor, arqueólogo y aventurero creado por George Lucas y llevado por primera vez a la gran pantalla por Steven Spielberg, con su reconocible banda sonora compuesta por John Williams, dando lugar a una saga de cinco películas protagonizadas por el mítico Harrison Ford en el papel de Henry Walton Jones Junior. La primera, En busca del arca perdida, dio origen al personaje en 1981, seguida por El templo maldito, que, aunque vio la luz en 1984, se sitúa cronológicamente en primer lugar, finalizando la trilogía original, en 1989, con La última cruzada, a la que posteriormente seguiría, ya con un Ford venido a menos, El reino de la calavera de cristal, en 2008, y El día del destino, en 2023. Sus escenas, repletas de trepidante acción, unidas a sus constantes guiños cómicos, convirtieron a este personaje de ficción, caracterizado por su inseparable sombrero, su recurrente látigo y sus malvados enemigos nazis, en un héroe eterno que inspiró a toda una generación.

Pero si alguna de sus entregas destaca sobre las demás fue la que, rodada en parte en Almería, conduce a Jones a emprender la búsqueda del Santo Grial, aunque también, siendo lo verdaderamente relevante de la película, a reconciliarse con su padre, interpretado por el mítico Sean Connery, con quien mantiene una compleja relación desde la adolescencia. En La última cruzada se produce aquella famosa escena, ya en el interior del Tesoro de Petra, en la que Indiana, para salvar la vida de su malherido padre, tiene que superar tres pruebas hasta llegar a la sala en la que se encuentra, custodiado por un caballero Templario, el Cáliz que utilizó Jesús en la Última Cena, al que se le atribuye el don de la inmortalidad y la curación. Y también como Indy en aquella trepidante aventura, pero esta vez ya sin ficción alguna, la Ley Orgánica 1/2024, de 10 de junio, de amnistía para la normalización institucional, política y social de Cataluña, tendrá que superar en nuestro país tres duras pruebas para lograr su pretendido objetivo. Tranquilos, no se alteren, que si alguna no se pasa siempre quedará el manido comodín del indulto. Veamos.

La primera –la ira de Dios, porque solo el penitente pasará y el penitente se arrodilla ante Dios–, consistirá en la resolución de la cuestión de inconstitucionalidad planteada ante el Tribunal Constitucional por la Sala Segunda del Tribunal Supremo contra el artículo 1 de Ley de Amnistía, al considerar que el mismo es susceptible de vulnerar el derecho a la igualdad, el principio de seguridad jurídica y proscripción de la arbitrariedad que la Constitución española proclama, así como, subsidiariamente, el principio de exclusividad jurisdiccional, cuestión que se plantea al examinar el recurso de un condenado por delito de desórdenes públicos agravados, cometidos tras publicarse la sentencia del Procés, consistente en el lanzamiento de piedras contra los Juzgados de Girona. A esta cuestión, además, se suman las otras tres elevadas desde la Sala de lo Civil y Penal del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña, considerando la Sala del Tribunal Supremo en su Auto que «son los principios constitucionales y el sistema democrático mismo los que están aquí en cuestión». Casi nada.

La segunda –la palabra de Dios, porque solo el que siga los pasos de Dios podrá seguir adelante–, se concretará en resolver el recurso de inconstitucionalidad planteado ante el Tribunal Constitucional por el Partido Popular, al que se han unido, al parecer sin mucho éxito, dadas la ausencia de legitimidad frente a la impugnación de normas relativas a materias que no son de su ámbito competencial, los quince recursos planteados por las comunidades autónomas gobernadas por dicho partido, a los que deben añadirse, además, los recursos de amparo que puedan presentarse una vez agotada la jurisdicción ordinaria. En ellos, el recurrente aduce que la norma es inconstitucional por arbitraria, injusta e inmoral y que tan solo busca borrar delitos cometidos por unos para que otros puedan mantenerse en el poder. Vamos, lo que ya intuíamos casi todos.

La tercera y última prueba –el sendero de Dios, porque solo el que salte de la cabeza del león probará su valía–, vendrá integrada por la resolución de la cuestión prejudicial formulada por la Audiencia Nacional ante el Tribunal de Justicia de la Unión Europea, a la que se une la planteada por el Tribunal de Cuentas y por el Tribunal de Justicia de Cataluña, sobre si la Ley es acorde al derecho comunitario. En ella, la Sección Tercera de la Sala Penal de la Audiencia Nacional solicita que el tribunal europeo se pronuncie sobre si la norma, en el caso de terrorismo atribuido a varios miembros de los Comités de Defensa de la República en el marco del proceso independentista catalán, contraviene el derecho comunitario y garantiza la impunidad de los delitos al vulnerar la Directiva 2017/541 contra el terrorismo, lo que supondría «enviar un mensaje hacia el futuro (principio de prevención general del Derecho penal) en el sentido de que los delitos de terrorismo pueden ser perdonados cuando la intencionalidad de los mismos esté en línea con los intereses políticos de quien dicta la Ley de Amnistía». Así de claro. Ambos Tribunales, tanto el Constitucional patrio como el todopoderoso tribunal europeo, son los últimos garantes de lo que queda de nuestro Estado de derecho. La última esperanza a la que aferrarse. Tienen en sus manos el futuro de nuestra democracia, aquello que tanto ha costado conseguir y mantener. Solventada la abstención del exministro de Justicia Juan Carlos Campo y las recusaciones formuladas frente a Cándido Conde-Pumpido, Laura Díez y José María Macías, fruto de elegir a integrantes del Tribunal Constitucional mezclando churras con merinas, los magistrados que sobrevivan deberán decidir, como Indiana en la Sala del Grial, que elección tomar. Podrán elegir la copa repleta de oro y joyas que solo sirve a intereses particulares o el sencillo cuenco de madera de un carpintero que representa al conjunto de demócratas que confiaron en las instituciones en aquellos aciagos días.

La decisión no es sencilla, porque recuerden que el verdadero Grial te traerá vida, mientras que el falso te la quitará. Real como la vida misma. Tendrán que decidir si, como Indy, prefieren fenecer por poseer el Cáliz eternamente y a toda costa más allá del sello que lo delimita y protege, obedeciendo a dictados exclusivamente partidistas y ajenos a todo argumento jurídico lógico y racional o, por el contrario, decidir con absoluta imparcialidad, sustentándose exclusivamente en valoraciones y razonamientos sólidos a la altura de la institución que representan. Ese será, como espetó el caballero del Grial a Indiana Jones, «el precio de la inmortalidad».

Veremos como termina finalmente este eterno sainete, porque más allá del entretenimiento que todo este show puede llegar ofrecer a sus sufridos espectadores, nos jugamos demasiado en ello, ni más ni menos que la libertad, la justicia, la igualdad y, en definitiva, la subsistencia del propio Estado democrático de derecho que conforma nuestra nación tal y como la conocemos. Ya ven, tomen asiento y preparen las palomitas. El espectáculo al que algunos nos han conducido está a punto de comenzar.