Turistas en Ibiza. | Alejandro Mellon

Con los cierres de las grandes discotecas, Ibiza suele dar por finiquitada la temporada alta turística. Como cada año, toca descansar aquellos que puedan y también hacer balance de cómo ha ido el negocio. Habrá de todo, ya se sabe, pues no todos habrán visto colmadas sus expectativas. Sospecho que todos se quejarán, de un modo u otro, como suele suceder cada año por estas fechas. Pero, en general, la temporada no ha sido mala y quien más quien menos, habrá ganado dinero, que de eso se trata. Ahorrar algo para sobrevivir los meses de invierno, cuando el turismo es mínimo, aunque cada vez se nota más. En todo caso, la creencia general es que si en las Pitiusas se lograra erradicar o reducir a la mínima expresión la oferta ilegal, las cosas serían de otro modo. Si todo el mundo se sujetase a las normas establecidas para todos y desapareciese esa sensación de que en Ibiza impera la ley de la selva, donde cada uno hace lo que quiere y no pasa nada, otro gallo cantaría. Pero como las cosas, pese a los esfuerzos de todas las instituciones y funcionarios competentes, que no vamos a negar porque sería mentir, no parecen mejorar sustancialmente, pues el intrusismo es el modo de vida de tanta gente y ha llegado en esta Isla a cotas tales, que no será fácil corregir la situación; si acaso, controlarla para que no vaya a más. Casi ningún sector productivo se salva de esta lacra: alojamiento en pisos turísticos, taxis, venta ambulante, etc. Y hasta que esto no mejore, todo seguirá como hasta ahora. La gente de algo tiene que vivir y el que le ha tomado el gusto por ser un pirata sumergido en el mercado negro, difícilmente cambiará de modo de vida si no es porque eche números y compruebe que no le compensa el riesgo que corre de ser pillado. Mientras compense, no hay nada que hacer. Hay mejoras, pero son una gota de agua en el océano.