Tiene que ser emocionalmente difícil dejar de ser el centro de atención humillado y, además, imputado. Es lo que le ha pasado a Rafa Ruiz y, a tenor de cómo actúa en cada pleno, me temo que tiene eso que llaman un duelo mal elaborado. En su caso, en lugar de entrar en depresión, entra en combustión, como mínimo una vez al mes: cuando pasa por Can Botino para sentarse en la bancada de la oposición y observa cómo son hoy otros los que ocupan el lugar al que cree que solo él tiene derecho.
Poco se puede salvar de la verborrea con la que nos deleita. Y yo me pregunto hasta qué punto está justificado que le paguemos más de 1.000 euros al mes por ir a un pleno para, durante cinco o 10 minutos, escupir bilis y odio a raudales. Curiosa dicotomía la de este individuo: en el Consistorio se muestra como un killer y luego, con la llamada del amo, agacha la cabecita y cumple órdenes. Lo contó él mismo en un sonrojante escrito publicado en la competencia.
En el último pleno, Ruiz sorprendió al atacar crudamente a un empresario de la ciudad al que llamó, sin atreverse a pronunciar su nombre pero ciertamente airado, «cacique» y «egoísta». Llegó a decir que se cree el amo de la ciudad. Te tienes que reír. La otra opción es recomendar al PSOE vilero que le pague unas sesiones de terapia para ver si sale ya del bucle. Ese bucle que, además, le lleva a mezclar las churras con las merinas, a mencionar el fango mientras llama fascistas a los dos ediles de Vox, que tienen más paciencia que Job ante el triste espectáculo de un tipo al que le pagamos 1.000 euros mensuales por ir a Can Botino a decir «cri, cri, cri, cri».