La historia de los teléfonos móviles es un poco nuestra historia. De hecho, hay quien no concibe la vida sin los celulares, cuando no hace tanto tiempo (bueno, sí, bastante tiempo sí hace) sólo los muy adinerados podían permitirse llevar uno que parecía un maletín nuclear. La telefonía portátil se democratizó, como denominan ahora a que algo baje tanto de precio que todo el mundo se lo pueda permitir. Y aquí nos tienes, a todos con un ordenador de bolsillo en las manos, sin el cual no podríamos ni embarcar en un avión. Ahora no tenemos que consultar el callejero, ni preguntar la hora, ni hacer cola en la administración de lotería para hacer la bonoloto o comprar un décimo, pues todos tenemos aplicaciones instaladas que nos ahorran todo eso. Ahora sólo escuchamos la música que queremos y vemos los programas de tele que se nos antojan a nosotros y no a las cadenas de televisión o a las emisoras de radiofórmula; pero precisamente por eso los chavales tienen infinitamente menos cultura musical que la que teníamos nosotros a su edad, obligados como estábamos a escuchar la radio y los discos de nuestros padres. Ahora los chicos se pasan días enteros, incluso durante sus vacaciones, encerrados en su cuarto, únicamente preocupados por tener un enchufe a mano donde cargar su dispositivo, y si acaso conectarse a la wifi. Hemos llegado al punto que Proyecto Hombre ha creado programas para atender a adictos al móvil, que de todo hay. Es posible que todos lo seamos un poco, incluso sin saberlo. En este curso que comienza la semana próxima, los críos de infantil y primaria no podrán usar el móvil durante la jornada escolar y el recreo. Vaticino un aluvión de incidentes. Qué tiempos aquellos en que nos pasábamos notas escritas en papel, debidamente dobladas para que los intermediarios no las leyeran. Ahora están todo el rato con el whatsapp y cuando la app se cae, se cae el mundo con ella.