En Francia han detenido al fundador de Telegram, Pavel Durov. Está investigado por permitir que la plataforma de mensajería sirva para cometer numerosos delitos y de impedir que las autoridades de cada país puedan acceder para intentar esclarecerlos. Cualquiera que pegue un ojo con cierta profundidad a esta aplicación descubrirá contenidos dudosos como poco. Al mismo tiempo, en cosa de días, las autoridades de Brasil han desconectado la red social del hombre más rico del mundo, X, por su negativa a cumplir una orden judicial para borrar determinados perfiles. En dos continentes diferentes pero casi al mismo tiempo se plantea una colisión similar entre la autoridad de los estados, con sus normas, y con plataformas que agrupan a miles de millones de usuarios de todo el mundo y que escapan al control de los poderes tradicionales. Estados Unidos intenta controlar el alcance de la red china de vídeos Tik Tok y será algo que dependa en parte del desenlace de las elecciones presidenciales de noviembre. En este caso la desconfianza tiene más de pugna geopolítica. EEUU apenas aprecia problemas similares con las redes nacidas en sus fronteras. Tras verse superados en las últimas décadas por la emergencia de plataformas que constituyen poderes descontrolados, parece que estados de peso intentan reaccionar y poner algún tipo de coto. De esa tensión y como se resuelva saldrá un equilibrio nuevo. Cuando apareció la imprenta, hace cinco siglos, los príncipes reaccionaron rápido. Sin licencia no había máquina. Las televisiones nacieron de la mano de los gobiernos en buena parte del mundo. Internet ha sido una excepción en ese sentido y han sido empresas quienes la han dado forma hasta lo que es ahora, que tiene poco que ver con lo que imaginaban sus creadores. Habrá que ver quién conserva el poder y, sobre todo, como se ejerce.