La Casa Consistorial de Formentera. | R.I. - Archivo

Decía el gran maestro Francisco Umbral: «Los viejos columnistas de opinión y metáfora somos la silla isabelina del periódico, la antigüedad del Rastro para enseñar a los visitantes, el lujo literario de la empresa». Yo, que posiblemente sea el junta letras de toda Baleares que en más cabeceras, digitales e impresas, publica sus artículos, no me tengo por tanto. Sin embargo, hay días en que, viendo a ciertos personajes criticar mis renglones, podría llegar a sentirme importante. Escribió el poeta alemán Goethe: «Sus estridentes ladridos / sólo son señal de que cabalgamos». No redacto para agradar, no es esa mi función aquí. Me conformo con que algún lector reflexione y se forme su propio juicio, poco importa si coincide con el mío o no. Deseo que mis cavilaciones sirvan para la meditación colectiva, provocando un aldabonazo en la conciencia del lector. Desde luego, mis borrones no sirven a la adulación. Dejo eso para otros con más talento para humillarse, seguros de que luego serán premiados con el hueso que arroja el amo al perro. Yo para eso no valgo.

Algún esbirro ha tenido la estúpida ocurrencia de que una campaña en Change.org puede hacer que yo cambie una sola coma de un artículo, o que lo haga el periódico que los publica. Sería el fin de la prensa libre. La libertad de expresión y de prensa ampara que yo afirme, como afirmo, que el nivel político de Formentera siempre fue paupérrimo, penoso y corrupto. Si les ofende es porque les desagrada la caricatura. Les escarnecen mis letras, pero les da igual el esperpento político sin precedentes que atraviesa el Consell. Les indigna que les retraten. ¿Acaso no se ven en el espejo? ¿No huelen la peste? ¿De verdad creen que soy yo quien menosprecia a la población de Formentera? ¿En serio? Si se dan por aludidos es porque les ha alcanzado la podredumbre. Yo solo soy una desvencijada silla isabelina.