Decía el gran maestro Francisco Umbral: «Los viejos columnistas de opinión y metáfora somos la silla isabelina del periódico, la antigüedad del Rastro para enseñar a los visitantes, el lujo literario de la empresa». Yo, que posiblemente sea el junta letras de toda Baleares que en más cabeceras, digitales e impresas, publica sus artículos, no me tengo por tanto. Sin embargo, hay días en que, viendo a ciertos personajes criticar mis renglones, podría llegar a sentirme importante. Escribió el poeta alemán Goethe: «Sus estridentes ladridos / sólo son señal de que cabalgamos». No redacto para agradar, no es esa mi función aquí. Me conformo con que algún lector reflexione y se forme su propio juicio, poco importa si coincide con el mío o no. Deseo que mis cavilaciones sirvan para la meditación colectiva, provocando un aldabonazo en la conciencia del lector. Desde luego, mis borrones no sirven a la adulación. Dejo eso para otros con más talento para humillarse, seguros de que luego serán premiados con el hueso que arroja el amo al perro. Yo para eso no valgo.
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