Es una pena que nombres tan bonitos y tan arraigados a la tierra y a las raíces ibicencas como Ciriaco y Gertrudis, prácticamente hayan desaparecido. ¿No les parece? A mí me resulta desolador. ¿Quién le pone a su hijo, hoy en día, Ciriaco? ¿Y Gertrudis a su hija? Iba a escribir quién bautiza a sus hijos, pero eso sí que no lo hace apenas nadie. Allá cada cual. Si alguien decidiese ponerle a un vástago suyo alguno de esos nombres, sería tachado de cruel, deseoso de destrozarle la vida a sus herederos desde el mismo momento de su nacimiento. ¡Hay que ser malvado para ponerle a tus hijos nombres de venerables santos de la Iglesia Católica! ¡Ya ves! Gertrudis, una mística a la que metieron en un convento a los cinco años. O Ciriaco, diácono que murió martirizado por orden del emperador Maximiano. Mucho mejor y más moderno es ponerle a tus hijos Kevin o Yésica. ¡Dónde vas a comparar! Luego nos quejamos de que las tradiciones se pierden, que el turismo de masas está liquidando nuestras costumbres, nuestras tradiciones, nuestra lengua propia y no nos deja vivir. Pero cuando hay que decidir cómo se va a llamar el niño o niña que está por venir, pocos son los que le ponen un nombre de aquí. Igual exagero porque, según las últimas estadísticas publicadas por el INE, referidos a los bebés nacidos en 2022, los nombres más comunes escogidos por los papás y las mamás en Baleares fueron Martina y Marc, dos nombres preciosos, no me lo negarán. En el caso de Ibiza fueron Leo (teóricamente en honor al papa San León Magno, uno de los 37 doctores de la Iglesia) y Lucía. Y en Formentera, Hugo y Noa. Qué tiempos aquellos en que los nombres de los recién nacidos se decidían en honor a los abuelos. Yo mismo tengo un nombre compuesto, uno por cada abuelo, que Dios los tenga en su gloria. Lo único que pude hacer fue traducirlos al catalán, que es mi lengua materna. Y no fue fácil.