No hay semana que no nos sorprendan noticias de robos violentos de relojes a turistas perpetrados con extrema agresividad y con el mismo modus operandi: seguimiento, ventaja numérica, grupo organizado de nacionalidades extranjeras, uso de armas blancas o técnica del «mataleón», sin importarles las consecuencias de un pinchazo o de una estrangulación sorpresiva por detrás, pudiendo provocar la muerte, pérdida de neuronas, hipoxia cerebral o distintos tipos de fractura de cuello.
Las cifras de robos violentos de relojes se han disparado estas dos últimas temporadas pudiendo diferenciar entre dos tipos de delincuentes.
Por un lado, están a los menas, menores extranjeros no acompañados tutelados por las autoridades públicas al no tener un adulto de referencia en el país, que actúan en grupo con extrema violencia, normalmente bajo el efecto de sustancias estupefacientes y sin ningún tipo de respeto por la autoridad ni por la integridad física de sus víctimas. A la gravedad del asunto hay que sumar la protección del gobierno y la indulgencia del sistema judicial por intereses políticos que escapan al sentido común. Este tipo de delincuencia es más habitual en Barcelona, la ciudad de acogida por excelencia de la delincuencia extranjera desestructurada, pero Ibiza cada vez tiene más atractivo para ellos y está en la cola de ciudad condal.
Por otro lado, tenemos a ladrones especializados en el sector del lujo que se forman a nivel operativo y legal de manera específica para cada país en el que van a trabajar; Ibiza ya se ha convertido en el destino favorito de muchos de ellos en temporada de verano. Existe un reparto claro de sus funciones como grupo organizado y una formación específica para cada área: identificación de los relojes, ejecución del robo (corte, intimidación, amenazas o violencia), y conducción (seguimiento y huida en motocicleta).
De estos grupos organizados preocupa el incremento de la violencia en sus robos ya que inicialmente eran ladrones de guante blanco y ya existen casos reportados de violencia y uso de armas para la ejecución de sus operativos.
Sorprende que, entrevistados distintos autores de delitos violentos, todos coincidan en que en sus países de procedencia no cometerían este tipo de delitos porque la violencia sobre las personas tiene repercusiones policiales y judiciales severas. Países que adoptan medidas de
protección y respuestas judiciales contundentes condicionadas a sus realidades culturales, educativas, sociales y al escaso valor de la vida humana. Reconocen haberse afincado en el paraíso de la delincuencia donde gobierna el buenismo y la ignorancia, y ese contraste de realidades entre países les abre las puertas a un modus vivendi basado en la comisión de delitos violentos.
Esta situación, la falta de efectivos policiales y el temor de los policías a actuar de oficio, ante el desamparo judicial influenciado por las políticas actuales, obliga a los turistas a contratar seguridad si quieren disfrutar de su estancia con tranquilidad y sin calamidades, o como mínimo recibir formación en autoprotección para aprender pautas de comportamiento que les ayuden a evitar convertirse en objetivos de este tipo de delincuencia. Ya no hablamos de sufrir un robo si no de que no peligre tu vida en el intento.
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