En el mundo de la política, donde la realidad a menudo se desvanece ante la retórica, las recientes elecciones europeas nos ofrecen el espectáculo de ver cómo todos los partidos políticos celebran su victoria, independientemente de los fríos y duros números que puedan sugerir lo contrario. El PP, con un 39 % de los votos en Ibiza, se ha proclamado vencedor absoluto, algo que no puede discutir nadie. Pero el PSOE ibicenco, con un modesto 20 % de apoyo, celebra cínicamente su «gran avance», argumentando que su lucha por los valores europeos ha resonado con fuerza entre sus votantes. Milena Herrera defiende que los resultados obtenidos refuerzan al Gobierno de Pedro Sánchez y la continuidad de la agenda progresista. Inasequibles al desaliento. Mientras tanto, en una esquina más oscura del espectro político, otros partidos minoritarios han aprovechado la ocasión para cantar sus propias alabanzas. Los verdes, los azules y hasta los morados han encontrado alguna manera de presentarse como ganadores morales. «Hemos consolidado nuestra base», «somos el dique de contención de la extrema derecha» y otras frases igualmente vacías han llenado los discursos de agradecimiento. Resulta fascinante la habilidad de todos los partidos para reconfigurar el fracaso en éxito. Las matemáticas pueden ser una ciencia exacta, pero en política, los números parecen tener un carácter flexible, capaz de adaptarse a cualquier narrativa. Tal vez sea esta la verdadera magia de la democracia: no importa cuántos votos hayas obtenido, siempre puedes considerarte un ganador. Así, mientras los ciudadanos de Baleares contemplan los resultados reales y palpables de estas elecciones, nuestros políticos continúan en su alegre danza de autocelebración. Porque en este peculiar rincón del mundo, el fracaso no es una opción, y todos, absolutamente todos, son ganadores.