Vivienda en la ciudad de Ibiza. | Archivo

Cualquiera que apueste por medidas radicales en esto del problema de la vivienda es automáticamente tachado de «bolivariano», «comunista» o, peor aún, «podemita». Pero esta semana ha sido una entidad poco sospechosa de comulgar con estos movimientos, Cáritas, la de la Iglesia católica, la que ha puesto sobre la mesa la necesidad de atajar de una vez por todas esta situación. Porque, claro, a cualquiera con algo más de sensibilidad que unas bragas de esparto se le caen los palos del sombrajo cuando, por ejemplo, observa cómo los asentamientos de caravanas y chabolas crecen como setas en la isla.

Yo no soy bolivariana, ni comunista, ni podemita. Tampoco facha. Y, si lo fuera, no me molestaría nada que me lo llamaran. Pero tengo claro que las cosas en esto de la vivienda se hicieron mal y se están haciendo peor. Que quienes tenían que tomar decisiones importantes se dejaron llevar por los que, con el riñón bien cubierto (algunos, incluso, gracias a la construcción), se rasgaban y se rasgan las vestiduras cuando se les habla de cemento. Que esos mismos que tenían que decidir tampoco veían con malos ojos aquello de limitar porque sabían que, haciéndolo, todo subiría como la espuma.

También sus propiedades. Son los mismos que, cuando se les puso sobre la mesa la posibilidad real de un cambio de modelo turístico, miraron hacia otro lado porque no les gustaba el apellido del proyecto. Y ahora también miran hacia el lado contrario porque, claro, la isla se nos ha llenado de depredadores, horteras y putas, sin que estas cosas sean excluyentes.

Así las cosas, me alegro de que Cáritas y la Iglesia hayan salido a leerle la cartilla a nuestros nunca suficientemente bien ponderados políticos. A ver si alguno toma nota, coge el toro por los cuernos y se pasa por el forro a los histéricos del no a todo.