Vista de la fachada del Club Náutico de Ibiza. | Moisés Copa

El presidente de la Autoridad Portuaria de Baleares (APB), José Javier Sanz Fernández, es un hombre muy sabio. No hay más que verle. Y, además, es capaz de multiplicar sus quehaceres de forma sobrehumana. Su titánica capacidad de trabajo le permite compaginar el cargo de presidente de la Real Federación Española de Vela (RFEV). No se conoce caso similar. Que, además de todo esto, salga políticamente indemne de haber colocado al Club Náutico de Ibiza (CNI) al borde de la desaparición, ostentando la presidencia de la APB y que casi nadie le haya señalado como el máximo responsable de la fechoría, ni siquiera en el ámbito federativo, es muy meritorio. Pero que, además, se permita el lujo de afirmar que la pérdida de la concesión que el CNI llevaba gestionando casi un siglo en el puerto de Ibiza, debe ser «una buena experiencia» que sirva para «sacar buenas conclusiones y aprender», eso ya es sobresaliente cum laude. Estamos ante un ser portentoso que, pese a haber otorgado la concesión del puerto de Ibiza a una sociedad mercantil cuando antes la gestionaba un club deportivo, pretende que la sociedad ibicenca y sobre todo, la directiva del CNI, los regatistas y los amarristas, lo asuman como aquello que dijo Franco tras el magnicidio de Carrero Blanco: «No hay mal que por bien no venga». Si esto no es demostrar cualidades extraordinarias, yo ya no sé. ¿Quién iba a decir que aquel presidente del Real Club Náutico de Palma iba a ser capaz de hacer desaparecer un club náutico de 100 años de antigüedad y seguir como si nada? Algunos pensaron que se originaría un terremoto político y social insoportable, pero ya ven. Aquí no ha pasado nada. Es más, dice que estamos ante «una oportunidad». ¿No es colosal? Y ahí sigue, presidiendo la APB y la RFEV. Habría que darle una medalla y hacerle también presidente del CNI. Nadie lo merece más que él.