Cuando hace meses aparecieron los chicos y chicas de Futuro Vegetal perpetrando delitos a cara descubierta, en nombre de la lucha contra la crisis climática, presumiendo de sus actos ilegales, grabándolos y difundiéndolos en sus redes sociales, fueron calificados por los medios de comunicación como activistas climáticos. Yo preferí llamarlos delincuentes climáticos. Y ya en el inicio de su llamativa y poco inteligente carrera criminal, vaticiné que su trayectoria sería tan atronadora como breve, porque al optar por la protesta delictiva, prefirieron arrojarse a las vías de un tren Talgo, con la peregrina y delirante convicción de que, al hacerlo reivindicando un cambio muy necesario de sistema alimentario, lograrían detenerlo. Pues bien, se habrán arruinado económicamente y plagado su expediente de antecedentes penales y el tren sigue incólume y a toda velocidad. Activistas de la estupidez.

Según la Policía Nacional, estamos ante una organización criminal que ya lleva protagonizados 65 actos delictivos por todo el país (29 de ellos en Madrid y unos pocos en Ibiza, como cuando irrumpieron en las pistas del Aeropuerto y rociaron con pintura un avión, o cuando pintaron un megayate atracado en el puerto de Vila, entre otras heroicidades inútiles). Les responsabilizan de daños por valor de medio millón de euros. Ahora, los dos principales partidos políticos del país reclaman a Futuro Vegetal más de 13.000 euros por haber rociado con pintura sus sedes en Madrid el pasado mes de abril. Ellos se defienden diciendo que se trató de pintura lavable al agua y que «los dos partidos más corruptos del Estado intentan silenciar nuestras protestas para sorpresa de nadie». En efecto, no supone ninguna sorpresa que alguien tenga que pagar los desperfectos que ocasiona a otro. Si tenían ganas de regalar dinero a PP y PSOE, haberles hecho un Bizum. ¡Ridículas!