Imagen de recurso de una mascarilla. | Foto de Abed albaset Alhasan

Hoy ya sabemos lo que en medio del confinamiento inconstitucional intuíamos: que la pasada peste también fue una vergonzante plandemia para que unos chorizos de altos vuelos de la órbita Falcon se forrasen.

Desde la sanidad ibicenca ya se alertaba de la nula calidad de unas mascarillas que luego fueron validadas por Francina Gintonic y pagadas con fondos europeos. Tal estafa sale de nuevo a la luz gracias a los investigados desmanes de un asesor ejemplar del Sanchismo, mano derecha de la mano derecha del presidente (la mano izquierda apunta a Begoña), en cuyo ridiculum, sin necesidad de tesis fake, flamea haber sido portero de un burdel.

Mientras tanto la fiscalía, que depende de quien todo el mundo sabe, filtra datos confidenciales del novio de Ayuso al modo de una república bananera de comunismo a la caribeña (datos aireados por la que fuera consejera andaluza durante la trama ERE, ¡cuidado!, hoy ministra de hacienda sanchista).
¿Quién pone la mano en el fuego por nadie en la ciénaga corrupta? Solo alguien enamorado cual bisoña, que la pasión es tan ciega como peligrosa en la traicionera política.

¿Se investigará al resto como se hace el tercer grado a la osezna madrileña? Con la guerra absoluta entre los dos mayores partidos de nuestra partitocracia van a salir muchas repugnancias a la palestra y muchos van a quedar más falsos que el comité de sabios del covid, cónyuges incluidos. La cosa puede ser de tal magnitud que ya deben estar planeando una nueva amnistía, pues la tan oportuna (para golpistas y ladrones, entiéndase) reforma de la malversación se ha quedado corta entre tanto chorizo que hacía negocio con el ocio mortal de tantos españoles.