Llorenç Córdoba entrando al Parlament el pasado 28 de noviembre. | Archivo

Doy fe líquida que los nativos de la maravillosa Formentera tienen el foie más resistente del planeta dipsómano. Hasta poco antes de la invasión transalpina –pizza, Valpolicella y doradas ragazzas—, también presumían que su robusta salud era gracias a la ausencia de matasanos. Ahora en Formentera y en el resto del mundo, cosas de la globalización, la mayoría opina que se viviría mejor sin tanto parásito político, pues la disparada inflación de aprovechados gaznápiros amenaza gravemente la salud democrática.

El escándalo Córdoba y sus bochornosas grabaciones unen a la isla del fin del mundo con la jarana política nacional. ¡Cómo va a dimitir tanto confeso muerto de hambre que ha trepado por el banano de la política para servirse! Da igual que procedan del burdel o hayan plagiado su relamida tesis doctoral, echen la siesta en la dehesa o acampen en la playa, la cuestión es aguantar lo inaguantable, cierto grado de psicopatía aderezado con picaresca ibérica, ausencia absoluta de vergüenza torera y, mientras tanto, a llenar la buchaca.

¿Sobresueldos? La teoría de que si los políticos estuvieran mejor pagados robarían menos es tan falsa como la cara de póker del presidente felón cuando subasta España por siete votos. Cobran un sueldo bastante más jugoso que la media que gobiernan y, vista su ineficacia, jamás ganarían lo mismo si trabajasen en la esfera privada. Y gracias a sus múltiples asesores, cónyuges comisionistas o tesoreros de cajas B siempre tienen acceso a estupendos sobresueldos para sobrellevar su austera faena y la coba de tanto gañán emputecido. Cosas de la inflación política y la muy peligrosa falta de transparencia en una tierra donde el concejal roba como el buey muge. El bochorno es tremendo pero nadie dimite.