La presidenta del Congreso, Francina Armengol, durante una rueda de prensa. | Europa Press - Eduardo Parra

Un gintonic matutino hubiera ayudado. Las explicaciones de la indignadísima Francina, tras semanas de silencio clamoroso, no aclaran nada; han quedado en simple justificación por lo mucho que trabajaba y lo mal que se pasaba en una pandemia que, a río revuelto ha sido clara plandemia criminal de unos cacos de altos vuelos de la órbita falcon, en una loa a la dignidad de su cargo público y su carrera política, ejem, ejem, en una maniobra de diversión para echar la culpa de todo al PP y, por supuesto, en que se niega a dimitir, faltaría más. Luego esquivó el bulto en las cinco preguntas que permitió a los periodistas. Tendrá que dar más explicaciones y tendrá que dimitir, pero que no lo haga a palo seco, que eso es durísimo.

¿Las líneas rojas? Esas no existen para su idolatrado presidente Sánchez, que se niega a dar explicación alguna mientras se queja todo el rato. Il capo di tutto capi se va de viaje cada vez que asoma el escándalo, tuerce el gesto de yonqui del poder y se muestra indignado («¡Qué escándalo, qué escándalo! ¡me he enterado que aquí se juega!», gritaba el pícaro capitán de Casablanca mientras un crupier le daba sus ganancias por la espalda), pero sí o sí es el principal responsable de una banda que supera cualquier guion de Torrente.

Pero esto de ir de víctima a palo seco es durísimo y nada convincente. El gintonic es ideal de aperitivo, para desayunar va mejor un Bloody Mary, la botella de champagne a cualquier hora menos de postre, un tequila con pomelo también hace cantar de lo lindo, son remedios dipsómanos efectivos para tratar de explicar lo inexplicable más allá de adoptar la pose de víctima.