El facha monclovita. | Pixabay

El facha monclovita, autócrata de manual, mentiroso de libro, hortera de bolera, se saca de la gorra de caco presuntuoso un nuevo término: fachosfera, que le sirve para levantar su muro particular contra ese grupo de personas que piensa diferentemente, también contra aquellas que siguen pensando como él mismo opinaba antes de las elecciones.

Debe ser que la peña no cambia tanto de opinión en tan poco tiempo como el facha (también en su acepción estética, pues viste con escalofriante cursilería) que se alía con bilduetarras, marioneta del Puchi que coqueteaba con Putin en pleno delirio independentista, liberador sí o sí de violadores y pederastas, perdonador de malversaciones, inventor del terrorismo light, etcétera.

Abusar incorrectamente del adjetivo facha (como abreviatura de fascista) es un capítulo importante en el manual de autoayuda de tanto imbécil que odia la libertad. Y sirve para calificar a cualquiera que piense diferentemente del colectivo totalitarista woke, ya sea Joaquín Sabina o Fernando Savater. Pasó lo mismo en nuestra guerra incivil cuando los socialistas y comunistas que seguían colectivamente los deseos de papacito Stalin (mientras despreciaban las republicanas cabezas liberales de Ortega y Marañón), masacraron en Barcelona a los salvajes y románticos anarquistas. Les ejecutaban sin juicio alguno, pero también les llamaban fascistas, lo cual era el colmo de la crueldad, tal y como relata Orwell en su Homenaje a Cataluña.

Goebbles se mostraría entusiasmado con esta nueva propaganda que tergiversa la semántica. Los verdugos gritan fascista a la cara de sus víctimas y así se sienten mejor. Es algo propio de cualquier régimen totalitario, nacional-socialista o comunista, para los cuales el fin siempre justifica los medios. El sanchismo pasará a la historia como algo tremendamente facha.