No hagáis caso de aquellos bolas tristes de secano espiritual que dicen que solo hay una ola en la vida. La Navidad es mágica y llena de gozo los corazones de los náufragos vitales, que descubren que a cada momento se puede surfear una ola salvadora. Panta Rei, todo fluye, y en el presente continuo en que vivimos, aquí y ahora, se presentan oportunidades maravillosas para quien sonríe despierto.
Recuerdo los versos que se encontró el gran viajero Patrick Leigh Fermor en un pabellón de caza del emperador Maximiliano: «Vivir, no sé cuánto tiempo/ deber ir, no sé adónde/ morir, no sé cuándo/ Me asombra que esté tan alegre». Tal declaración de fabulosa ignorancia aderezada con bravura vital es un talismán para danzar en la aventura en que estamos inmersos.
«Ser nada más y basta. Es la absoluta dicha», cantaba el poeta Jorge Guillén, el mismo que brindaba Coco, cacao, cacho, cachaza, ¡upá mi negra, que el sol te abraza! Incluso el tenebroso Lautremont afirmaba no conocer mayor dicha que la de haber nacido. El Amor Fati de tantos poetas que cortejan a la Diosa, mucho más sabios que los limitados racionalistas gracias a su portentosa capacidad de sentir, de abrazar a la vida hasta que llegue el momento de irse a pique cantando. Maravillas del vivir erotizado.
Celebramos el Nacimiento del Niño y su mensaje de amor y esperanza. Amor omnia vinci, gris es la teoría y verde el árbol de la vida. Y las olas eternas y siempre cambiantes nos invitan a surfearlas con nuestro estilo personal, apasionado y nada igualitario. ¿A dónde nos llevan? La cuestión es cabalgarlas gozosamente.
Feliz Navidad.
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