Antoni Marí Calbet. | Archivo

Duro, directo y atrevido, estos atributos sólo los ha tenido un presidente del Consell en la historia de Ibiza: Antoni Marí Calbet. Tras un ‘annus horribilis’ para su familia, nos deja un político de raza que no quiso serlo y que se ganó el respeto como nadie antes entre los suyos y sus adversarios. Jamás un político ibicenco había causado tanto malestar entre las filas mallorquinas (aunque fueran de su propio partido) por defender el autogobierno de la máxima institución pitiusa. Sólo el bigote de ‘Carraca’ puede rivalizar con el del expresidente en cuanto a fama. Tras él, se escondía un hombre sencillo con una apariencia que intimidaba. Sus formas jamás fueron las de un político al uso, lo cual agradaba la talla del personaje que contrastaba con la del resto de políticos más entregados a la retórica y las formas que a las ideas. Las de Marí Calbet estaban claras: primero las Pitiusas. Si por defenderlas tenía que agarrar a alguien de la pechera, no se le caían los anillos. Este médico con raíces en Sa Cala marcó un estilo y se ha convertido en una referencia para las posteriores generaciones de políticos, aunque ninguno de ellos ha heredado su vehemencia en la defensa del autogobierno insular. Hoy los representantes institucionales en general son mucho más fieles a las siglas y operan temerosos de no recibir una reprimenda de sus superiores con despacho en ‘Ciutat’. Marí Calbet nos deja huérfanos de un estilo y una valentía que se echan en falta. En el Congo lo dio todo como médico pero fue en Palma dónde libró la batalla más dura en la que se enfrentó y ganó al todavía imperante centralismo mallorquín. Que su memoria nos recuerde que la naturalidad y las convicciones son aliadas mucho más efectivas que la palabrería. En paz descanse.