Un hombre en moto de agua. | Imagen de confused_me en Pixabay

Es extraordinaria la cantidad de marineros de agua dulce que acuden al paraíso pitiuso en simulacro navegante. Pero lo peor son los horteras electrónicos, que nunca debieron salir de su pantano mesetario, pues no muestran respeto por la belleza isleña. Se les reconoce por una estela que va haciendo eses (incluso cuando navegan abstemios), la ignorancia de la más elemental cortesía náutica, el gusto desmedido por las motos acuáticas, el baboseo ante un pepino inarmónico con categoría de megayate y, especialmente, por la horripilante música a todo volumen que pinchan a bordo.

Normalmente fondean pegaditos a otra embarcación, o al lado de las casas de la costa, para que el vecindario pueda sufrir la bazofia electrónica con que emulan a esas extrañas criaturas llamadas Djs que mandan en la ruta del bakalao ibicenco. En Córcega directamente los echan con viento fresco o los mandan a pique con toda naturalidad; en las tolerantes Ibiza y Formentera el hartazgo crece y algunos ya preparan frascos de fuego para abordar a unos chacales del mar que destrozan el vals de las olas.

Por supuesto que las abominables barcazas electrónicas (party-boats, se hacen llamar) ofrecen a tales horteras un ejemplo a imitar que tiene efectos peligrosos. Estas barcazas atracan en los puertos ibicencos a un pasaje hooligan estándar y navegan con los altavoces a tope. La mar es una plataforma acústica impresionante y sus ondas se propagan a millas de distancia. Los patrones –me consta que muchos van con tapones en los oídos para no quedarse sordos– debieran tener más respeto por las islas donde hacen su negocio.