Arranca otra campaña electoral. Sánchez no ha querido agotar el mandato y ha preferido someterse a la confianza de los ciudadanos en julio con la esperanza de pillar a pie cambiado a sus socios, con la intención de frenar la sangría de votos que amenaza su continuidad y con la ilusión de reorientar el foco público tras una rotunda victoria del PP en los comicios locales y autonómicos.
Volverán a correr promesas y bunyols, aunque con un electorado saturado de postureo y consumido por un calor sofocante. La amenaza de la desmovilización planea sobre el ambiente. Es la segunda parte de un partido que la izquierda ha empezado perdiendo. Vuelven a la cancha tras coger aire después de un duro varapalo. En el PP hay tensión por la expectativa generada y por las incógnitas. Ganarán las elecciones, pero un buen resultado de VOX podría llevar a Abascal a la vicepresidencia del Gobierno, algo muy incómodo para el moderado y regionalista Alberto Núñez Feijóo.
Por su parte, Yolanda Díaz ha adoptado como estrategia comportarse como una maestra de infantil que se dirige a un público que se sirve de símbolos y banderas en lugar de propuestas y proyectos. La fashionaria no tiene programa alguno más allá de soflamas rocambolescas y vídeos de gatitos en tik tok que los han llevado al esperpento. Feminismo excluyente, aumento de la presión fiscal y creación de más oficinas inútiles: ese es su horizonte.
A su lado tiene al sabio Sánchez, agazapado para pegarle un buen bocado a su electorado desorientado y dejarla en una fuerza residual. Baleares es el ejemplo que atormenta al narciso de la Moncloa, dónde el PSOE aguantó, pero sus socios se desmoronaron dejando paso a la derecha de una Margalida Prohens que ha sabido rentabilizar muy bien su resultado. Show must go on.
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