Todo timo exige la presencia de dos sujetos: el embaucador y el primo. No desde un punto de vista consanguíneo, sino conforme a la quinta acepción de esta última palabra en el diccionario de la Real Academia Española, es decir, una persona incauta que se deja engañar o explotar fácilmente. Sin primos, no habría timos. Y los embaucadores, desolados por la pérdida de su fuente de ingresos, se verían obligados a dedicar sus horas a otros menesteres, menos rentables, pero, sin duda, mucho más decentes.
Este mundo ideal, sin embargo, es tan solo una utopía. Ya que, día tras día, llegan a nuestros oídos anécdotas de lo más inverosímil. Cuando creías que nada podría sorprenderte, que todo estaba inventado, de repente surge un genio que te hace cambiar de opinión repentinamente. El último, los fundadores de la empresa Essentialair que, por un módico precio de 50 euros (100 euros el pack duo) ofrecen a sus clientes, por llamarles de alguna manera, «botellas de aire puro de alta calidad capturado en diferentes escenarios naturales de Andorra, certificado como uno de los más puros del planeta».
Es decir, que estos señores se calzan las botas, cargan en su mochila unas cuantas botellas vacías, ascienden al pico Montmalús y circo de los Colells y, una vez arriba, recipiente en mano, lo mueven de izquierda a derecha para lograr cazar la mayor cantidad de aire posible. Acto seguido, muy rápidamente, colocan el tapón y aprisionan el aire. Repiten la operación con todas las botellas y regresan a casa a descansar, como los enanitos de Blancanieves.
En un mundo cuerdo, nadie osaría abrir su cartera para comprar la nada. Pero, como hace tiempo que perdimos la cordura, la empresa Essentialair ha recibido tantas peticiones que los pobres no dan abasto. De aquí a poco, no tendrán más remedio que contratar a dos docenas de sherpas nepalíes, acostumbrados a largas caminatas por las montañas, para subir dos o tres veces al día al pico Comapedrosa y capturar gran cantidad de aire andorrano. O, quién sabe, tal vez decidan subir a su azotea y hacerlo simplemente desde allí. Nada cambiaría. El embaucador seguiría siéndolo y el primo, todavía más.
La genialidad, empero, no es exclusiva del Principado. Al contrario, no conoce fronteras. Recordemos lo sucedido hace ya un par de años en Italia. El sardo Salvatore Garau, artista plástico contemporáneo conocido por sus peculiares obras de arte, decidió celebrar su sesenta y cinco cumpleaños materializando una idea que, desde hacía años, le rondaba por la cabeza. Cinceló en el viento una escultura inmaterial o, según él, creó «un concentrado de pensamientos, pues el vacío es un espacio lleno de energía». Unas bellas palabras que no hacen sino encubrir la cruda realidad. Salvatore Garau no hizo nada, no esculpió nada. Se limitó a decir a los contemporáneos esnobs que había concebido una obra de arte inmaterial. Y éstos, que endiosarían un excremento de caniche toy si lo encontrasen dentro un museo, alabaron su trabajo como si se tratase de El pensador de Rodin.
En este caso, el timo fue colosal. Y el primo pagó quince mil euros por el vacío y, claro está, por un papelote rubricado por el propio artista, el embaucador, donde certificaba la autoría de la obra fantasma y, entre líneas, se carcajeaba hasta la extenuación por el pelotazo que acababa de pegar.
A la vista de su éxito, el sardo quiso repetir la operación. Y, por supuesto, lo consiguió. Unos meses después, cuando concluyó su siguiente escultura imaginaria, viajó a Nueva York y la exhibió al público estadounidense. La crítica fue unánime, «admirable», tal vez no tanto por la calidad del cincelado, sino por la del taimado. La tituló «Afrodita llora». Pero allí no estaba Afrodita, ni siquiera se la esperaba. No había más que un círculo dibujado en el suelo donde se suponía que se encontraba la obra inmaterial.
En resumen, unos venden humo y otros, simplemente, aire. El problema no está en ellos, en los embaucadores, que siempre ha habido y siempre habría. Lo preocupante son los primos que, en estos casos, derivan de la generalización del esnobismo más ridículo que la historia haya conocido.
A todos ellos les dedico la canción de Boris Vian, «J'suis snob». Disfrútenla.
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