Dudo si marcharé a la acrópolis ibicenca a empaparme de aromas medievales. Gracias al urbanismo delirante (resulta asombroso: todo lo que tocan, lo empeoran) se ha transformado en una ciudad realmente incómoda. Aunque tal vez, si encontrara una yegüita candorosa, me gustaría ascender a la polis más antigua de Baleares y trotar por sus armoniosas callejuelas (son maravilloso ejemplo de sagradas proporciones para tanta ramera arquitecto de la fea y falsamente utilitaria modernidad), abriéndome paso entre el baño de multitudes que, con un hambre de generaciones mezclada con un consumismo galopante, asalta los puestos moros, judíos y cristianos, celtas y romanos, fenicios y gitanos (tempus fugit: el tiempo es una cama elástica), donde alguna hechicera lee la buenaventura mientras agrego un chorrito de tequila al té a la menta.
Opinión
Gozoso vaivén
Ibiza14/05/23 0:30
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