El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, interviene en la inauguración del acto de presentación del Pacto por la 'Generación Digital', en el Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid. | Gustavo Valiente - Europa Press

Aún nadie podía sentarse, y mira que muchos lo deseaban, en el escaño azul de Pedro Sánchez, acordonado y vetado a la curiosidad o el morbo de los centenares de personas que visitaban el viernes el Congreso de los Diputados en la ‘jornada de puertas abiertas' ya tradicional en las fechas previas a la celebración de otro aniversario, el 44, de la Constitución. Mal hecho: el valor de las puertas abiertas consiste en que lo sean del todo, sin restricciones; ah, el placer de sentirse por un minuto presidente del Gobierno, ese personaje inalcanzable y omnipotente. Allí, en los pasillos de la Cámara Baja, estaban casi todos: la presidenta Batet, algunos diputados, numerosos periodistas, los bedeles... y la gente, esos ciudadanos que, una vez al año, se acercan a la tarea parlamentaria.

Permanecí este viernes durante buena parte del día en el hemiciclo, participando en esos programas radiofónicos –desde la mesa de los estenotipistas – que se dedican a recordar lo que han sido estas décadas de democracia parlamentaria; que si lo de antes era mejor, que si aquella clase política estaba más formada que esta, que si entonces parlamentarios e informadores podían convivir en un bar hoy desaparecido.

Y, rodeándonos a los periodistas que allí habíamos sido llamados para recordar naderías, la gente. Muchos más jóvenes que en años anteriores, por cierto. Hablaban más de los agujeros en el techo de las balas de Tejero que de esta semana lamentable, de órdago y rencillas, que ha vivido la vida parlamentaria. Nadie criticaba la actuación de bronca colegial de Meritxell Batet, encantada de dar manos y prestarse a selfis. Nadie preguntaba a Edmundo Bal por su futuro encontronazo con Inés Arrimadas por hacerse con el poder en un partido que ya carece de significado. Nadie preguntaba por Irene Montero, ni por Pablo Iglesias y su pelea ya nada soterrada con Yolanda Díaz. Ni por Rufián, que por allí no fue visto, por supuesto.

Ya digo que no era un público crítico, sino más bien curioso, bonachón, azuzado el espíritu navideño por las luces de las fiestas en la plaza de Neptuno y en la Carrera de San Jerónimo. Luego, muchos se iban a almorzar o a cenar –interrogué, con renovado ánimo reporteril, a bastantes –, mientras otros trece millones y medio de españoles, dicen en la Dirección General de Tráfico, poblaban las carreteras españolas en un ‘puente' consumista que alienta las buenas cifras del paro, cifras engañosas según la siempre ‘pesimista' Fedea, la Fundación de Estudios de Economía Aplicada, que no depende de la euforia oficial. Pero, he de insistir, no era este fin de semana el momento de suspicacias. Nada de los apuros de Grande-Marlaska a la hora de explicar lo de Melilla. Ni de hablar de esas leyes, tan polémicas, que van a debatirse a cara de perro en ese mismo hemiciclo poblado de gentes que preferían, en aquellos momentos al menos, no pensar en una política que se ha hecho tan inextricable y lejana que la mayoría ha renunciado ya a entenderla. Lo comprobé, ya digo, cuando pregunté sobre, por ejemplo, la renovación del Consejo del Poder Judicial o el Tribunal Constitucional. Algunas pasiones más virulentas suscitan, es cierto, la ley del ‘sí es sí' o la ‘ley trans', pero menos que las levantadas por lo que se va filtrando –mucho es falso, dicho sea de paso – sobre la ley de bienestar animal. Así anda el ‘ránking' de inquietudes.

Bueno, insisto: lo suyo no era meterse en intríngulis, sino mirar las huellas del paso salvaje de Tejero y compañía y, si acaso, fotografiarse con un parlamentario más conocido que otros, ya que inmortalizarse sentado en el escaño presidencial estaba difícil. Y el malestar de médicos, de los trabajadores de Correos, alarmados por la falta de seguridad evidenciada por las cartas pirotécnicas, de los que sufren especialmente el mordisco de la inflación, se queda en el exterior, en la calle. A veces, eso sí, a las puertas del Parlamento, vigilados por los leones. Fuera de las preocupaciones de Sus Señorías, que todo huele ya a Navidad.