La zapatería de la que soy cliente hace años echa el cierre después de luchar por la supervivencia; mi peluquera traspasa el negocio asfixiada por el alto alquiler; el último comercio que abrió sus puertas en mi calle ha durado dos meses. De forma recurrente se echan las persianas para siempre y aparecen los carteles de ‘se alquila’, ‘se vende’, ‘se traspasa’. En una sola calle son varios los locales disponibles. Algunos no encuentran una nueva oportunidad desde la crisis de 2008. Los barrios de Palma, como los de cualquier otra ciudad española, languidecen. Los centros comerciales y las grandes multinacionales se han hecho con el comercio urbano y ya nos hemos acostumbrado a bajar al centro o coger el coche para ir a una gran superficie para resolver las necesidades consumistas. Eso sí, las terrazas de los bares están a tope.
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