Hasta hace unos días seguramente muy pocos en España habíamos oído hablar de Uvalde, ese pueblo de Estados Unidos en el que un joven asesinó a 19 niños y dos profesoras en una escuela. Y posiblemente solo nos suene Texas por aquella serie donde el infumable Chuck Norris interpretaba a un policía que utilizaba «sus instintos, su conocimiento en artes marciales y su experiencia para resolver crímenes». Sin embargo, desde que sucedieron los hechos todos estamos conociendo cada rincón, cada calle o cada palmo de terreno de aquel pueblo debido a que los medios nos cuentan con tremendo detalle quienes eran y como era la vida de cada víctima. Sabemos sus nombres, si les gustaba sonreír, si eran deportistas, si habían ganado un premio escolar, si tenían tíos o primos o si tenían una bicicleta rosa, en una especie de morbo absurdo que solo consigue ahondar en el dolor de los familiares y cuyo valor informativo realmente pongo en duda.
Ahora, llegarán los expertos a analizar las causas. Volveremos a escuchar sobre el problema de las armas en Estados Unidos, que si se pueden conseguir de manera muy fácil, que si lo permite una enmienda, que si hay un lobby, y todos nosotros compartiremos consternados el vídeo del entrenador de baloncesto Steve Kerr porque así lavamos parte de nuestra conciencia. Después, poco a poco, la noticia se irá quedando en el olvido en este mundo que va demasiado rápido y quedará sepultada ante la enésima discusión en el Gobierno, el nuevo partido del siglo de la Champions League o los pasos de Nuñez Feijoo para ser presidente. En el momento en el que bajan los likes o el número de lectores de las páginas web, los medios lo sacarán de su agenda y el ciudadano de a pie volverá a su rutina diaria. Y con ello, en unos días, Uvalde volverá a caer en el olvido como ya lo hicieron otros muchos pueblos de Estados Unidos que sufrieron lo mismo y de los que, seguramente, ni usted ni yo hemos oído hablar nunca salvo por alguna película o algún documental.
Una rutina en la que, nos guste o no, la violencia está muy cerca de nosotros. Aquí pensamos que estamos a salvo y que no tenemos el problema esos yanquis locos que compran las armas en cualquier tienda de todo a cien. Que no tenemos una asociación del rifle, ni la cultura de las armas dentro de nosotros ni personajes como Donald Trump que piden más armas para que haya más seguridad en los colegios. Tampoco esa cultura del miedo a la que se llega a la conclusión en el fabuloso documental Bowling for Colombine que hizo Michael Moore justo hace dos décadas, tras la matanza tres años antes en la Escuela de Secundaria Colombine. Tal vez eso sea así pero no podemos ser cínicos ni ponernos una venda en los ojos porque mientras el debate se centra en el acceso a las armas nadie habla de los videojuegos a los que juegan nuestros hijos en las consolas. Solo hace falta mirar un catálogo de lo que se ofrece para darse cuenta que apenas hay educativos, de construcción, plataformas o resolver enigmas y que normalmente los más vendidos son aquellos en los que el objetivo es matar a quien se te pone por delante con multitud de artilugios, armas de nueva generación, vehículos o estrategias. Juegos cuyos gráficos son demasiado reales y que no hacen ningún bien a una sociedad ya de por sí cada vez más encerrada tras una pantalla, un avatar o un nombre falso. Lo mismo sucede con las series de televisión o las películas. Muchas de ellas tienen contenidos de violencia extrema con historias donde los mismos actores que ahora se lamentan por el uso de las armas matan o asesinan por doquier sin importarles si eso llega a un público que sueña con ser esos héroes de acción sin reparar que una cosa es la vida real y otra la ficción.
Vaya por delante que no creo que la cuestión sea prohibir ni requisar esos vídeojuegos de las estanterías de las tiendas y, por supuesto, hacer boicot al cine o a la industria audiovisual. Simplemente abogo por una mayor educación en las escuelas y en las familias y una mayor concienciación de que a lo mejor, como en otras cosas, hay otro mundo posible. Simplemente por reflexionar sobre si es necesaria tanta violencia a nuestro alrededor porque violencia siempre trae más violencia y porque al final, esta está muy presente en nuestro día y no solo en países como Estados Unidos. Es un problema muy grave que está más cerca de lo que nos pensamos.
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