El primer ministro Boris Johnson. | Reuters - VICKIE FLORES

Que te inviten a una fiesta en Downing Street y tengas que llevar tu propia botella muestra lo bajo que ha llegado la Pérfida Albión. ¡Es realmente el colmo de la tacañería británica!

Se supone que en la residencia del primer ministro tendrán su flemático mayordomo, un barman alquimista capaz de guardar secretos, un servicio secreto SAS que te devuelva al plano vertical cuando has bebido demasiado, incluso alguna cama improvisada en caso de amores espontáneos. Pero que estén faltos de alcohol al otro lado del Canal de la Mancha es algo very shocking.

Siempre porto una petaca conmigo de forma más o menos discreta. Es muy útil en casas abstemias por credo, fanatismo o racanería; también en algunos falsos bares que usan medidores aberrantes (en realidad son cafeterías de cadenas estándar y mediocridad fashion internacional que nada saben del culto a Baco).

Y es algo absolutamente fundamental en caso de asistir a alguna de las fiestas organizadas por el Ayuntamiento de Vila, donde el alcalde dicta una tendencia ciertamente talibán con respecto al alcohol. Ahora tendré que llevarla también cuando me inviten a Downing Street.

Pero estas fiestas en una Inglaterra confinada pueden acabar con la carrera de Boris. Allí tienen un nivel de exigencia a sus políticos mucho mayor que en España, donde la responsabilidad es prácticamente inexistente. En Baleares tuvimos el caso de los gintonics de la presi Armengol, burlando en un bar su propio toque de queda. Y no pasó nada, salvo más restricciones y dudas razonables acerca de los mareos que puede provocar la ginebra.

Boris tiene aspecto de hooligan y ancestros otomanos. Presumía que tendría más mundo tras su dirección en The Spectator. Pero exigir que te lleven botellas cuando das una fiesta es caer muy bajo.