Si el mundo del arte es idóneo por su relatividad para lavar dinero en la esfera privada, en política han dado con algo mucho más flexible en la escala de valores: ¡La etiqueta eco sirve para todo!
«El dinero público no es de nadie», la mema máxima acuñada por una mandamás socialista, sigue de tanta actualidad como la falta de transparencia en qué se lo gastan. ¡Panda de pícaros relamidos y analfabetos que actúan como sátrapas de la cosa pública! Su única solución en tiempos de crisis es aumentar unos impuestos que luego despilfarran (a río revuelto, ganancia de comisionistas) en actos que nada tienen que ver con los objetivos prometidos.
El último escándalo ha sido el millón y pico que el Govern ha dado naturalmente a la gala de una radio en Mallorca. La pasta procede de la ecotasa (con generosas aportaciones del ayuntamiento de Vila y el Consell d'Eivissa), con lo cual estamos ante un caso que atufa a malversación de fondos públicos. A no ser que nos convenzan que tal concierto favorece a la naturaleza baleárica tanto como el safari caprino que se montaron en es Vedrá (¿dónde estaba nuestro equipo A?), cuya innecesaria crueldad avergonzaba a todo verdadero cazador.
Para eso tienen el relativismo eco, que tan bien conjuga con la caradura natural de los seres vivos que maman del corralito burrocrático. Alegan los ecolojetas que buscaban publicidad mediática para desestacionalizar las islas. Pero ¿y eso qué tiene ver con la mejora del medioambiente? ¿No urge arreglar los defectuosos emisarios que dañan la posidonia y la salud de los bañistas más que las anclas de todos los barcos fondeados? ¿O la limpieza de bosques y litoral?
Siguen pensando que el dinero público no es de nadie y no rinden cuentas. Contranatural democrático.
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