Hace ya algún tiempo Ismael Serrano compuso una canción que tituló Si se callase el ruido. Entre otras cosas, el madrileño, siempre acertado, reflexionaba sobre lo imposible que es dormir con un estrépito infinito provocado por una estruendosa jauría que se empeña en hacer callar las preguntas, los matices o el murmullo de ojalás. Un ruido de conversos que, caídos del caballo, siembran su rencor perseguidos por sus pecados. En fin, que si se callase el ruido oiríamos la lluvia caer, limpiando la ciudad de espectros, nos oiríamos hablar en sueños, podríamos abrir las ventanas y quizá hablar y soplar sobre las heridas.
Y quizá, solo quizá, entenderíamos que aún nos queda la esperanza. Y yo que aún creo en la utopía, cada vez que escucho esta letra me emociono y sin importarme lo más mínimo que me puedan ver o que pensarán de mí, la canto a voz en grito sin reparar que entre mis pocas virtudes no está precisamente la entonación.
Sí, señores y señoras, la canto como si no hubiera un mañana porque sigo convencido de que otro mundo es posible a pesar de que por lo general la sociedad se empeñe en llevarme la contraria. Por más que muchos políticos solo se lancen sus miserias a la cara en el Congreso sin pensar que solo tienen que gobernarnos o que importe más cómo es el día a día de Messi, Cristiano Ronaldo o Sergio Ramos que el trabajo de los bomberos que han sofocado el incendio de Sierra Bermeja en Málaga, seguiré empeñado en que se calle el ruido.
Y que ese ruido se tape con el sonido y la voz de Open Arms, de Pallasos en Rebeldía, de las asociaciones que luchan contra el cáncer o por encontrar una cura a enfermedades raras, de aquellas ONG que trabajan con nuestros inmigrantes o en las colas del hambre o simplemente de aquellos misioneros o cooperantes que lo dejaron todo para irse a lugares lejanos para ayudar a los demás. Porque si lo conseguimos, volveremos a oír la lluvia caer limpiando la ciudad de espectros. Y tal vez, solo tal vez, seríamos un poco mejores.
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