Hay una cita que me voy a tomar la licencia de reproducir de Alexandr Solzhenitsin, autor de la devastadora novela, Archipiélago Gulag, donde nos describe uno de los grandes aportes a la humanidad del socialismo del siglo pasado; la gigantesca industria de los campos de concentración, reeducación y exterminio de disidentes de la antigua Unión Soviética: «La violencia solo puede ser disimulada por una mentira y la mentira solo puede ser mantenida por la violencia».
Viene la cita como anillo al dedo para analizar la situación creada a raíz de la condena de un niño de papá reconvertido en abanderado de la insurrección del canuto y la birra que ha provocado un auténtico estallido de violencia social, violencia que hay que remarcarlo, lleva el sello inconfundible de las izquierdas de barrios ricos de este País y de su empeño constante por trivializar, por execrables que sean, los actos de unos salvajes (ya sean antiguos terroristas reciclados en hombres de paz, turbas separatistas dueñas de fronteras y aeropuertos o ninis saquea tiendas y quema contenedores que va engendrando su nefasto sistema educativo y leyes laxas. Aviso, la nueva Ley Celaá nos va a proveer de una cantera infinita de ellos), cuando esos salvajes se le antojan que son camaradas de viaje suyos.
Esa misma izquierda que se limpia el trasero con la libertad de expresión en cuanto le dedicas un poema a la querida, dices que su papá era terrorista, haces un escrache frente a su revolucionario casoplón u osas lanzar alguna crítica velada sobre el amplísimo frente de colectivos y chiringuitos ideológicos amamantados por ellos (las protestas hubiesen durado veinte segundos si los alborotadores fuesen de extrema derecha).
Lo voy a decir clarito, Hasel, no me cabe la menor duda, es un pobre mermado mental, un niño grandote que vomita ripios misóginos y violentos con la misma capacidad artística para escribir letras que Belén Esteban libros. Además, eso sí, de destilar un odio patológico contra la sociedad que solo se puede dar en una persona que roza a nivel cognitivo la inteligencia límite, es decir, su cociente intelectual debe fluctuar en la franja baja de entre 70 y 79. Basta con escucharlo en alguna entrevista para descubrir que no contesta, balbucea, que si se ve contrariado, no debate, amenaza…
Hay una entrevista junto a Valtonyc (la otra joya de la corona, con el mismo aspecto de camello poligonero y cuya mayor gesta revolucionaria ha sido pirarse a Bélgica a las primeras de cambio y chivarse de Pablo Iglesias como instigador de sus canciones contra el Rey) en la que uno asiste atónito a un desfile de monosílabos y titubeos para acabar soltando una frase lapidaria de una terrorista de la banda Baader-Meinhof con la misma soltura y pretenciosidad con la que el palurdo que aprende una palabra culta la intercala en la siguiente conversación diez veces.
Pablo Hasel ya no es un niño; su obesidad gelatinosa, imagino producto de la lucha subversiva, nariz porcina (¿es natural o resultado de una rinoplastia para plasmar su asco contra el género humano?) y alopecia galopante, le acercan cada vez más en lo físico a la decrepitud de Torrente, en lo creativo, con sus raps para repetidores de primero de la ESO, deja en nada el cutrerío del personaje. Ojo, y doy por hecho que en la efervescencia adolescente uno puede soltar paridas al amparo de la ebullición de la testosterona y las espinillas rebosantes de pus, pero que a los 33 años siga empecinado en berrear barbaridades exaltando la violencia, la violación de zorras o las bondades del terrorismo, solo puede obedecer a que es un pedazo de molla mediocre y despreciable o, sencillamente imbécil, que es por lo que sin duda se inclinaría Cesare Lombroso (Fundador de la escuela de Crimininología Positivista) a raiz de sus rasgos faciales.
Y es que verlo bramar a través del micro como si fuese un gesto transgresor y tuviese un ápice de creación artística con su voz de estreñido y complacencia mesiánica: «Me deja la nuca como la de Miguel Ángel Blanco» ya nos delata la bajeza moral de un auténtico psicópata y peligro para la sociedad. Me he tomado la molestia y sufrido el visionado de alguno de sus vídeos (tres en concreto, y salvo por el cambio del texto, las tres veces pensé que se trataba de la misma canción con ese ritmo catatónico que parece sintetizar la totalidad de la capacidad creativa del sujeto), a la simpleza y agresividad de las letras, hay que sumarle la penosa presencia de Hasel convertido en uno de esos osos zíngaros danzantes intentando dar ciertos pasos con ritmo y conservar el equilibrio al ritmo del acordeón; la edad siempre pasa factura Hasel y encontrarse con una especie de Chewbacca de ojos mongoloides realizando aspavientos y movimientos patéticos de extremidades y manos como si sufriese la polio, causa en primer lugar, lástima, porque no es de recibo que a su edad se vea en una tesitura tan humillante, después, directamente risa (basta con rememorar cualquier vídeo de Eminem para apreciar el mismo contraste que pudiera haber en un casting entre Fernando Esteso y Alain Delon compitiendo por el papel de galán), al ver al pobre desgraciado arrogándose cierta lucha reivindicativa que solo puede ser considerada como tal por otros individuos con un cociente intelectual similar o más bajo que el suyo previamente apuntalado por cuatro proclamas comunistas y la ingesta perpetua de litronas y porros.
Porque la revolución que proclama Hasel, nieto de abuelo franquista y papá rico, está destinada a los ninis cuya única muda es un chandal, a los que como él ni siquiera acabaron el bachillerato, a los que prefieren ocupar la casa de otro a madrugar y tener que ponerse el mono, a los que ven que se les escapa el último tren desde el sofá de casa de sus padres, para los poligoneros de trapicheo de papelas y pastillas, a esa capa marginal improductiva que todavía cree que existen un proletario sin coche y televisor de 52 pulgadas y los analfabetos que quedaron los últimos de clase y culpan al mundo de todos sus males y desgracias. Y es que en pleno siglo XXI el mero hecho de que alguien pueda esbozar como proyecto de futuro la lucha de clases y la revolución comunista es para que lo deriven directamente a su médico de cabecera y éste, a un especialista que le prescriba tratamiento psiquiátrico. Hasel, apoya la lucha armada y anima a matar personas ignorando, en su cabeza de pigmeo en relación a su orondo volumen, que con ello, también invita implícitamente a sus rivales políticos al uso de la violencia para defender sus convicciones y ya sabemos esos intercambios de empujones en el recreo cómo acaban...
De momento, con fuego, heridos y saqueos, pero es que cuando uno acerca la llama a la mecha, no importa que sufras un retraso congénito como el malogrado cantante, es fácil que al final el fuego prenda y se extienda el incendio. Hasel, se sueña a sí mismo como uno de los marinos heroicos del Acorazado Potemkim ,sin sospechar que no alcanza ni a interpretar siquiera uno de los cerdos tiránicos de Rebelión en la Granja. Lo digo con todo mi respeto y en uso de mi libertad de expresión que sé que recibirá efusivas muestras de apoyo desde la izquierda.
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