Siete meses después hemos vuelto a la casilla de salida, pero con más de 50.000 vidas perdidas. Y no será porque no estábamos alertados. Ya en marzo muchas voces advertían que lo peligroso vendría en octubre, cuando los virus golpean con especial virulencia. Pero como siempre, la segunda ola también nos ha cogido con el pie cambiado.
Primero fue el debate sobre el uso o no de la mascarilla mientras la pandemia hacia camino. Posteriormente nos vendieron la cabra de los test masivos, pruebas que jamás llegaron, al tiempo que conocimos la expresión ‘inmunidad de rebaño', un éxito de acepción que nos define a la perfección. Como un rebaño pasamos con más pena que gloria por un primer estado de alarma, una cuarentena que España prolongó a 90 días. Y ayer el Congreso dio el Okey a otro periodo de jarabe de seis meses. En el duro tránsito entre primavera y otoño hemos pasado del ‘#Salimos más fuertes' al más patriótico ‘#España puede'. Y por el camino el Gobierno y sus altavoces nos han ido martilleando con clásicos como «nadie quedará atrás» o los famosos «escudos sociales», juegos de palabras que no se corresponden con la cruda realidad. La última Encuesta de Población Activa (EPA) que conocíamos el martes volvía a colocar a las Baleares como líder en aumento de paro y la destrucción del empleo en términos interanuales. Y ya saben: de los mensajes de coaching no se come.
Siete meses después seguimos yendo como pollos sin cabeza, en manos de unos gobernantes que en cuestión de siete días han variado el toque de queda de las 22.00 a las 00.00 horas y nuevamente a las 22.00. Y en la antesala del desaguisado ya saben, la presidenta Armengol marcándose una premium de demagogia e irresponsabilidad con tónica y fuera de horas.
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