Una vez más, Jesús nos habla en parábolas. Un tesoro escondido en el campo, la perla de gran valor y la red barrendera. Uno de los mayores tesoros que recibimos es el Santo Bautismo, por el cual somos Hijos de Dios. La perla de gran valor es Nuestro Señor Jesucristo, por el cual, si es necesario, merece venderlo todo para adquirirla, y finalmente, la parábola de la red que recoge todo lo que arrastra. El Reino es la gran conquista por la que los hombres hemos de luchar para conseguirlo. Para ello hemos de ser desprendidos y generosos.
En estas parábolas el Señor nos enseña claramente la verdad dogmática del juicio al final de los tiempos. Dios juzgará y separará a los buenos de los malos. Es significativa la repetida alusión del Señor a las postrimerías del hombre: Muerte, Juicio, Infierno y Gloria. Es fácil que las personas nos olvidemos de las Verdades Eternas, por lo cual, el Señor sale al paso para que nadie pueda excusarse basado en su ignorancia, que normalmente cabría si solamente se hubiera hablado de un modo ambiguo y figurado sobre el suplicio eterno y la felicidad eterna. La ignorancia de la Ley no exime de su cumplimiento.
No es suficiente creer de un modo intelectual o teórico. Es necesario creer con obras y de verdad. El no creyente no puede alcanzar el Reino de los Cielos. Para agradar a Dios, lo primero es creer en El. Hay quienes afirman que no creen pero si llevan una vida honesta y honrada, y a la vez practican el Mandamiento del Amor, a lo mejor ignoran una hermosa realidad. Estas personas no están lejos de Dios, están amando a Dios en la persona de sus semejantes, sin saberlo. En el Juicio dirá el rey (Jesús), tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, estuve enfermo y me visitasteis… ¿Cuándo, Señor?, cada vez que lo hicisteis con alguno de mis hermanos, conmigo lo hicisteis, y estos irán a la Vida Eterna.
¡Creo en ti, Señor, pero aumenta mi fe!
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