A cualquier persona con un mínimo de sentimientos ha de resultarle difícil aceptar, y mucho menos comprender, la actitud que la Unión Europea (UE) mantiene ante el escenario de futuro que nos aguarda a raíz de las medidas que se están teniendo que tomar en el presente, en toda Europa y muy especialmente en Italia y España, para hacer frente a la pandemia que nos está azotando con absoluta crudeza.
Nos encontramos combatiendo un virus que no conoce de fronteras y que, a día de hoy, ya afecta a la totalidad de los países de la UE. Por tanto, estamos ante una pandemia que, con mayor o menor contundencia, golpeará el presente y el futuro de todos los estados miembros. Así pues, resulta del todo incomprensible el comportamiento que los países del norte de Europa mantienen a la hora de articular un pacto global para hacer frente al difícil panorama que a su paso habrá dejado el maldito coronavirus.
Las consecuencias sociales y económicas que esta pandemia tendrá serán realmente nefastas para todos los países. Por lo tanto, nos enfrentamos a una crisis global, a un desafío comunitario al que en buena lógica habría que hacer frente con soluciones comunitarias. Ante una clarísima crisis europea, cabría esperar una solución global que permita aliviar los efectos económicos en los países afectados y la aprobación de un plan de choque que haga posible afrontar la reactivación económica en toda la Unión Europea; sin desentenderse de ninguno de sus miembros.
Pero esto no está resultando nada fácil. En los países del norte del continente se tiene un concepto de esta crisis muy distinto al que se tiene en los países del sur. Para algunos, entre los que destacan Holanda y Alemania, el plan de choque aplicable, una vez que se supere la crisis, ha de ser similar al que se aplico a raíz de la crisis económica de 2008 y eso fue lo que impidió que se llegara a un acuerdo en la reciente cumbre europea, que después de muchas horas finalizó sin ningún acuerdo posible.
Es evidente la división norte-sur y hay que reconocer que acertó de pleno el presidente de Portugal cuando calificó de repugnante el discurso que mantiene el norte de Europa. Lo que pretenden estos países no es más que desvincularse de la situación a la que se vea abocada cada país y que cada cual salga como pueda del atolladero, mientras que los países del sur, encabezados por Italia y España, lo que pretenden es un plan de choque coordinado y que implique y afecte a todos los miembros de la Unión Europea.
Resulta grotesco que países como Holanda, Austria y Alemania pretendan equiparar la crisis financiera con esta pandemia que acabará, guste o no, afectando en mayor o menor medida a todos, sin excepción. No es aceptable que se apliquen los mismos criterios de austeridad que se aplicaron en la anterior crisis financiera a la actual, que es sanitaria. Ahora mismo, no es de recibo pensar solo en base a criterios económicos y debe primar la vida y el futuro de todos los europeos.
Para los que somos europeístas convencidos, el concepto que tenemos de la Unión Europea va más allá de una misma moneda y un pasaporte común; pasa por tener la capacidad de hacer frente a las dificultades que surjan, también de forma común. Lo que hay que perseguir y conseguir es una unidad real en todos los sentidos, lejos de la dicotomía que algunos quieren que se aplique en determinados casos.
Esa Europa con una frontera ficticia entre el norte y el sur no es la Europa a la que aspiramos. Ese no es el camino que ha de llevarnos a vivir como una verdadera unión que vaya más allá de lo meramente económico, una unión que también ha de ser social. Si no es así, la Unión Europea dejará de tener sentido.
Por todo ello, hace falta más solidaridad. Pero no una solidaridad con condiciones, no una solidaridad excluyente, sino todo lo contrario. Ha de ser inclusiva y que permita compartir.
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A la UE le sobra la U.