Así vamos hacia el Reino de Dios que es Cristo mismo. En Él, el Reino de Dios se hace presente aquí y ahora. Al nacer Jesús en Belén, Dios mismo ha entrado en la historia humana de un modo totalmente nuevo, como aquel que actúa y salva al ser humano. El Adviento nos llama de modo especial a la conversión a Dios, a preparar y allanar el camino a Dios que viene a nuestro encuentro en Cristo. Por eso pedimos a Dios que avive en nosotros el deseo de salir al encuentro de Cristo.
Puede que la llamada a la conversión nos resulte tan conocida que ya nos resulte indiferente. O puede que, contagiados por el ambiente secularizado que hay en una buena parte de la sociedad, unos se hayan instalado de tal modo en una manera de vida sin Dios, de forma que no se siente ya ni tan siquiera la ayuda y necesidad de Dios.
Este tiempo de Adviento, pues, nos llama de a vivir dirigiendo clara y eficazmente poner nuestra mirada hacia Jesucristo y a que le dejemos ocupar el lugar central que le corresponde en nuestra vida. Si quitamos a Dios de nuestra existencia, comienza el ocaso de nuestra propia dignidad y de nuestra propia y verdadera libertad.
La conversión pide antes de nada un "giro del corazón": volver el corazón a Dios en Cristo. Hemos de abandonar la falsa idea de que somos autosuficientes y esa falsa seguridad en nuestros propios caminos en la búsqueda de la felicidad. Hemos de reconocer y aceptar que somos limitados y finitos: nada ni nadie, salvo Dios, puede colmar el deseo infinito de felicidad y de plenitud que anida en nuestro corazón. Todos tenemos la experiencia de fracasar cuando buscamos saciar nuestro deseo de felicidad fuera de Dios. En una palabra: convertirse es pasar de la autosuficiencia al abandono confiado en Dios, salir de nosotros mismos, dejar de ser el centro de nosotros mismos para abrirnos a Dios y vivir desde Dios. El camino de la felicidad, de la realización y de la salvación pide entender y vivir la propia existencia, no en referencia a uno mismo, a las personas o a las cosas, sino en referencia última a Dios.
Dios viene a nuestro encuentro en Jesús, su Hijo. Dios nos llama e invita a que nos dejemos encontrar, amar y perdonar, sanar y salvar por Él. Este es su mayor deseo. Dios nos invita a poner nuestra confianza y seguridad en Él. En una palabra: convertirse es pasar de la autosuficiencia al abandono confiado en Dios.
La conversión que se nos pide es una especie de "nuevo nacimiento" (Jn 3,35). Es una actitud nueva ante sí mismo, ante los demás y ante el mundo. Es una manera nueva de entenderse a sí mismo, de pensar, sentir y actuar; es un modo nuevo de mirar, de pensar y de juzgar la realidad. Dios no es la explicación concreta de los fenómenos que se dan en el mundo, pero sí el que les da su sentido último más auténtico y trascendente. Es un modo nuevo de ser y de vivir: Dios es el horizonte y la medida de la criatura; desde Él quedamos confrontados a la verdad, al bien y a la belleza; Él nos invita al amor. Ponerse ante Dios nos ayuda a conocernos a nosotros mismos, a descubrir nuestra pequeñez y finitud, pero también nuestra dignidad y grandeza, a enraizar nuestra vida en la verdad y a esperar con confianza nuestro último destino en Dios, el Bien supremo y la Belleza infinita.
Esta conversión a Dios tiene lugar dentro de la vida de cada persona y, por tanto, cuando se da, modifica esa vida dándole autenticidad. Cuando la persona se abre a Dios acoge sus caminos y se hace más humana. Sin conversión moral, la fe puede ser pura ilusión. No se puede vivir ante Dios sin sentirse responsable ante el hermano y ante la sociedad. El criterio decisivo de la fe cristiana en un Dios Creador y Padre es el amor al hermano y a la creación.
Preparar el camino al Señor exige por nuestra parte humildad y rectitud, veracidad y justicia, así como creer y esperar que en la salvación sólo nos puede llegar de Dios. Esta es la buena noticia del Adviento: Dios nos ama y se viene a nuestro encuentro como Salvador. Si le dejamos entrar en nuestra vida, entonces todo cambiará en nosotros: la tristeza se convertirá en alegría, la desesperanza en fe, el miedo en fortaleza, la esclavitud en libertad, el egoísmo en amor.
Por eso, con afecto y estima a todos, sin excepción de nadie, os deseo y animo a vivir bien este tiempo.
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