Solamente la dulce voz de mis sobrinos entonando la canción que está convirtiendo este verano en una sarta de meses húmedos, calurosos y densos podría cambiar el curso de la historia, de este artículo y del color de los días. La nuestra ha sido una relación de odio. Con “Despacito” no ha habido ni un poquito de amor. Podría decir eso de “no sos vos, soy yo”, reconociendo sin tapujos que tal vez el problema es mío y que no entiendo el concepto de canciones del verano. De hecho, las deploro. Confieso que siempre he sufrido con las anticomposiciones de Georgie Dann, o los horrendos “Opá, yo viazé un corrá”, “Tengo un tractor amarillo”, “El Tiburón”, “El Baile del gorila” o “Toda la noche ‘hasiendo' el amor”, por no olvidar “la Mayonesa”, “Los Micrófonos” o “Aserejé” que hacían que “Tu piel morena sobre la arena” sonase hasta bien.

Reconozco que el humor de Luis Fonsi en el vídeo de “Los italianos”, donde se parodia a sí mismo y hace bromas sobre el sentimiento de hastío que causa su canción, le ha hecho ganar puntos y que si me cantase bajito eso de “No me doy por vencido”, puede que cambiase incluso mis sentimientos para convertirlos en indiferencia, pero es que tengo la sensación de que cada vez que enciendo la radio él está ahí sonando, cuando mi profesora de pilates nos pide que nos levantemos “despacito” comienza a martillearme en la cabeza y las pocas veces que he salido a tomar algo él ha estado ahí “suave, suavecito”.

Puede que ahora mismo esté aquí en Ibiza, ya que mañana actúa en la isla, y que al bajar la ventanilla del coche y quejarme en voz alta porque su canción suene de nuevo en todas las emisoras resulte ser el conductor del coche de al lado y se ponga a cantarla, como en el vídeo cómico que he mencionado, pero qué quieren que les diga, ¿no podríamos lograr que la canción del verano fuese una de Sabina, aunque nos diesen las diez y las once?

Hace un mes, en otra estepa y estampa, la de la siempre refrescante Aranda de Duero, estaba yo quejándome amargamente de la nefasta calidad musical de los grupos de hoy en día, cuando mis sobrinos, no dos, sino los cuatro, con dos primitos más incluidos, decidieron hacer un baile conjunto en una comida familiar. Habiendo una periodista en la familia, mi papel fue el de presentarlos formalmente: Rodrigo y Hugo de 8 y 7 años y Martina y Carlota de 4 interpretando… Se imaginan lo que sigue, ¿verdad?

Al verlos cantar y bailar tan felices la mentada canción reconozco que me entró la risa y que logré reconciliarme un poco con esa letanía a la que tenía tanto hastío. Estos días mis sobrinos han vuelto a mi vera “pasito a pasito” como Luis Fonsi y claro, no paran de cantar el dichoso “Despacito”. Eso sí, si les soy sincera, ya no me importa, tengo a mi familia cerca y la suerte de vivir estos días las aventuras, descubrimientos y magia de los sobrinos más guapos y talentosos del mundo.

Cada vez que los veo al entrar en casa, sonriendo emocionados y abrazándome hasta cortarme la respiración, soy yo la que les pide que me achuchen “Despacito”. Hoy les he prometido que voy a dejar de odiar canciones, aunque no me emocionen, porque para eso ellos también se saben éxitos de otros tiempos y me susurran al oído toda la discografía de Marisol, lo cual he de asumir que me convierte también en una friki de manual que defiende que la vida es una “Tómbola” en la que hay que tener siempre “El corazón contento”. A partir de hoy bailaré cuando suene cualquier tipo de música porque, al final, aunque cada uno elige su propia banda sonora para acompañarle en este viaje y debemos respetar que nuestros compañeros de batallas caminen a un ritmo distinto. No mejor ni peor, sino simplemente con otras notas. Eso sí, en la intimidad de mi ducha y de mi coche, yo seguiré escuchando (y cantando con fuerza) a Antonio Vega para recordar siempre “El Sitio de mi recreo” aunque ya no sea “La chica de ayer”.