La primera República española duró año y medio, tiempo más que suficiente para mostrar a las claras su anárquica inviabilidad. En once meses se sucedieron cuatro presidentes de Gobierno: Figueras, Pi i Margall, Salmerón y Castelar; todo un récord. El desbarajuste fue verdaderamente notable y digno de recordar. Así, el 30 de junio de 1874, el Ayuntamiento de Sevilla acordó transformarse en «República social» (!); una semana más tarde, Alcoy se declaró «independiente» y el famoso Cantón de Cartagena (conviene releer «Mr. Witt en el Cantón» de Ramón J. Sender), a falta de una bandera completamente roja, decidió izar … la turca y, con ella al viento, dos barcos salieron de Cartagena hacia «una potencia extranjera» que resultó ser … Almería, para «recaudar fondos». Como no los consiguieron, decidieron extender su hazaña al Norte, en Alicante, para acabar siendo ingloriosamente apresadas por piratería por una fragata británica y otra alemana. Los cantonalistas consideraron seriamente declarar la guerra a Alemania tras la captura, aunque actuando sensatamente por una vez optaron por no hacerlo. Al mismo tiempo, los partidarios de Don Carlos campaban por sus respetos en las Provincias Vascongadas, Navarra, Cataluña y zonas rurales del Levante español. Carlos VII (?) formó gobierno y llegó a acuñar moneda en Estella, hoy Lizarra. Pi i Margall apostó por la magia del diálogo, con el resultado previsible del ejercicio en el que una de las partes únicamente pretende imponer sus condiciones. Al final, el general Pavía puso fin a tanto desaguisado sin despeinarse ocupando el Congreso mientras y, a finales de 1874, el también general Martínez Campos proclamó Rey a Alfonso XII en Sagunto.
La segunda República española no anduvo a la zaga de la primera en cuanto a nómina de desbarajustes se refiere. En el momento de su proclamación, el 4 de abril de 1931, contaba con 5.875 concejales frente a 22.150 monárquicos, quedando aún unos 52.000 por determinar, pero como su mayoría era clara en 41 capitales de provincia, los republicanos lo interpretaron como un plebiscito a favor de la implantación de una nueva forma de Estado, algo que Alfonso XIII facilitó marchando al exilio. El mismo día, Francesc Macià proclamaba la «República catalana libre», de brevísimo recorrido. El cambio de régimen republicano fue mal acogido por el mundo de las finanzas: se registró una fuga de capitales y la cotización de la peseta se depreció un 20% días después de proclamarse la República. Un mes después, 24 conventos y centros educativos católicos fueron incendiados. El cuatro de julio, la CNT declaró una huelga general. El ocho de enero de 1933, anarquistas se rebelaron con el fin de instalar el «comunismo libertario», con el resultado de 37 muertos y más de 300 heridos.
El 5 de octubre de 1934 se produjo la insurrección anarcosocialista de Asturias, que fue sofocada por el Ejército republicano. Tres días más tarde, el presidente de la Generalidad de Cataluña, Lluís Companys, proclamó «el Estado Catalán dentro de la República Federal Española» aunque al día siguiente, tras una heroica resistencia de algunos minutos, la sedición fue fácilmente dominada con muy pocas bajas. Por último, las elecciones de 1936 proclamaron el «triunfo» del Frente popular, aunque hoy se sabe que fue resultado de un fraude masivo, como han documentado recientemente Álvarez Tardío y Villa García en su libro «1936. Fraude y violencia en las elecciones del Frente Popular». El 12 de julio, policías capitaneados por un Capitán de la Guardia Civil secuestraron y asesinaron a José Calvo Sotelo, lo que desencadenó el alzamiento de una parte del Ejército.
Como puede comprobarse, los experimentos republicanos han oscilado entre el arbitritrismo surrealista y el derramamiento de sangre hiperrealista, aunque haya almas de cántaro que aún celebren con nostalgia el 14 de abril. Conviene recordar aquello de que España es un país trágico, pero poco serio.
1 comentario
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Qué bonito artículo, pero qué deprimente. El periodo anterior la Guerra Civil ha sufrido un photoshop durante tanto tiempo que la imagen retocada de una República democrática y feliz, salvajemente asaltada, aún justifica cambios de nombres a calles. Y Ardereis como en el Treintayseis no es una incitación al odio....es sólo un piadoso recuerdo de ese inocente periodo. Esta es la nueva religión. Y mueve mucho dinero.