Los chinos inventaron la pólvora para deleitarse con fuegos artificiales; el sueco Alfred Nobel la desarrolló hasta crear la dinamita. Ganó una inmensa fortuna, pero mantuvo un cierto complejo de culpa. Por eso creó los premios que llevan su nombre, como un reconocimiento a los benefactores de la humanidad en diferentes campos. ¿Sorprende entonces que el nombre de algunos ganadores sea como una explosión?
«Don Jacinto, ¿cómo se llega a maricón?», preguntó un grosero periodista al Nobel Jacinto Benavente. El premiado dramaturgo, que tenía rápido y ácido ingenio, respondió: «Preguntando, joven, preguntando».
La lengua española ha sido premiada con once premios Nobel y siempre ha creado un impresionante caldo de envidias, muy propio del patio de corrala ibérico. Gigantes como Gabo, Cela, Octavio Paz, Neruda…sufrieron una controversia que solía ser menos cruel en el mundo anglosajón. Hasta que el trovador Bob Dylan ha sido galardonado este año.
Ha sido premiada la filosofía beatnik (beat significa ritmo) y la ética amoral de los vagabundos del dharma, las filosofías del underground, la contracultura: Razonando se da la vuelta al mundo en ochenta días, imaginando se da la vuelta al día en ochenta mundos.
Entre sus colegas trovadores se han pronunciado desde el zen Leonard Cohen: «Es como poner una medalla al Everest», hasta el canalla Joaquín Sabina: «Dylan es el mejor poeta americano desde Walt Whitman». Pero los puristas críticos literarios se quejan de que este premio es un escándalo. Para capear mejor una polémica que supongo le importará un bledo, Bob Dylan tendría que regresar a la Fonda Pepe, en Formentera.
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