Jesús nos dice en el Evangelio: He venido a traer fuego a la tierra. El fuego expresa frecuentemente en la Biblia, el amor de Dios por los hombres. Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito (Jn. 3-16). Jesucristo revela las ansias incontenibles de dar su vida por amor. Llama Bautismo a su muerte, porque de ella va a salir resucitado y victorioso para nunca más morir. Nuestro Bautismo es un sumergirnos en esa muerte de Cristo, en la cual morimos al pecado y renacemos a la nueva vida de la gracia. Con esa nueva vida, los cristianos hemos de ser fuego que encienda nuestro proceder cristiano que se expresa en el apostolado y que se realiza mediante la oración y el buen ejemplo. Dios vino al mundo en un mensaje de paz y reconciliación. Pero al resistirnos a la obra redentora de Cristo por causa de nuestros pecados nos oponemos a Él. En la medida en que el hombre es pecado amenaza y amenazará la injusticia y el error, provocando la división y la guerra. Desde el momento que los hombres unidos por la caridad superen el pecado, desaparecerán las violencias.

Antes del rito de la paz en la Eucaristía, el celebrante dice estas palabras: Señor Jesucristo que dijiste a tus apóstoles, la paz os dejo, mi paz os doy, no mires nuestros pecados, sino la fe de tu Iglesia y concédenos la unidad y la paz. La paz es fruto de la justicia: Donde hay caridad y amor allí está Dios.