Betania, la aldea de Lázaro, Marta y María, distante unos tres kilómetros de Jerusalén. Los tres hermanos amaban al Señor de un modo entrañable. San Agustín comentando esta escena viene a decir: Marta se ocupaba afanosamente en preparar la comida del Señor. En cambio María prefirió alimentarse de lo que decía Jesús. Marta se consumía, María se alimentaba; aquella abarcaba muchas cosas, ésta solo atendía a una.
Ambas cosas son buenas, y por tanto agradables a Dios. Para la mayoría de los cristianos, llamados a santificarse en medio del mundo, no se pueden considerar como dos modos de vivir el cristianismo. Una vida activa que se olvide de la unión con Dios es algo inútil y estéril. Una supuesta vida de oración que prescinda de la preocupación apostólica tampoco puede agradar a Dios. La clave consiste en saber unir esas dos vidas, sin perjuicio ni de una ni de otra. Esta unión profunda entre acción y contemplación se puede según la vocación concreta que cada uno recibe de Dios. Todo buen cristiano, siguiendo el ejemplo de Jesucristo, debe esforzarse en lograr la unidad de vida: vida de piedad intensa y actividad exterior realizada por amor de Dios y con rectitud de intención. El trabajo, lejos de ser obstáculo, ha de ser medio y ocasión de trato afectuoso con el Señor que es lo más importante. En nuestra vida ordinaria hemos de encontrar a Jesucristo.
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